Hermetismo rodea mesas para actualización de TLC

 

Estados Unidos contempla la reducción al déficit comercial


La segunda jornada de la primera ronda de negociaciones del proceso de renovación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte transcurrió sin mayores sorpresas.

Si bien la renegociación misma obedeció a una lógica político-electoral, la implementación de la misma se ha hecho  con una seriedad técnica y a través de la participación de profesionales y especialistas que otorga cierto nivel de certidumbre al proceso.

Como todo el mundo sabe y casi todos  aceptan, durante la campaña, primero por la candidatura republicana a la Casa Blanca y después ya directamente por la Presidencia de la Unión Americana, despotricar en contra del Tratado de Libre Comercio de América del Norte rendía y rindió importantes réditos políticos al presidente Donald Trump.

Culpar al tratado de la pérdida de empleos, especialmente en los sectores manufacturero y automotriz, generaba simpatías hacia el magnate inmobiliario neoyorquino especialmente entre votantes blancos de clase media y media baja y de poca escolaridad.

La efectividad de ese discurso quedó probada el 8 de noviembre de 2016 con el triunfo en el Colegio Electoral de Donald Trump sobre su adversaria demócrata Hillary Clinton.

Sin embargo, lo que resultó en su momento fácil esgrimir como argumento de campaña o como consigna electorera no siempre es sencillo, o incluso possible, materializarlo en un postura gubernamental coherente o en una política pública concreta.

Para fortuna de México estas inconsistencias entre el decir y el hacer por parte de la actual administración de Estados Unidos no son ignoradas por los equipos negociadores de la Unión Americana que participan junto con sus contrapartes mexicana y canadiense en las mesas de trabajo que desde el miércoles pasado y hasta el próximo domingo trabajarán en un hotel ubicado en el centro de Washington, DC, en la primera ronda de la renovación del NAFTA (por sus siglas en inglés).

Si en el origen de la revisión del TLCAN es posible encontrar una insensatez y una temeridad rayanas en la locura, en la implementación de esa revisión, la estatura profesional de los representantes de Estados Unidos en las negociaciones hace que sea posible conservar algo de optimismo.

Un ejemplo de ello tiene que ver con uno de los principales objetivos de la administración Trump para cambiar o incluso deshacerse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, a saber, el interés casi obsesivo de reducir el déficit comercial que tiene Estados Unidos frente a México y que asciende a 62 mil millones de dólares, una cantidad que es siete veces menor a la que representa el déficit comercial que la Unión Americana tiene con China.

Washington quiere que Estados Unidos le venda más a México de lo que le compra y no al revés como es el caso. Lo cierto es que no es a través de un tratado de libre comercio o de un tratado en general que esto se puede lograr.

Los equilibrios o desequilibrios en la balanza comercial entre dos naciones obedecen a una lógica económica que parte de las características de la planta productiva de las naciones involucradas, los productos con los que dichas naciones cuentan con ventajas comparativas, las particularidades de sus respectivos mercados laborales, sus niveles de desarrollo social y muchos otros factores más.

De esta suerte no será en ningún caso a través de una versión renovada del TLCAN como Washington logrará reducir su déficit comercial con México.

Lo interesante de todo esto es que si el presidente Donald Trump no tiene claro o de plano no entiende que una cosa no tiene que ver con la otra, sus negociadores, los especialistas de a pie que están sentados en Washington con sus pares mexicanos y canadienses sí lo saben y sí lo entienden.

Eso es lo que se puede concluir al charlar con ellos durante el desayuno o en los pasillos del hotel de Washington en el que se está desarrollando esta primera ronda de renegociaciones del TLCAN.