Así aplica el ojo por ojo… en Guanajuato

 

Los Justicieros de Irapuato aplican la Ley por propia mano


AUTOR DEL TEXTO ORIGINAL EN REPORTE ÍNDIGO: IMELDA GARCÍA

Yo maté a mi extorsionador. Me preguntan si sentí culpa. No, no la sentí. No tuve problemas para dormir ni tenía pesadillas. No me costó trabajo “jalarle”; me hubiera costado más matar a un perro.

Volvería a hacerlo sin pensarlo. Ya habían amenazado varías veces a mi familia y un día trataron de matarme. Lo único que se interpuso entre la bala que tenía mi nombre y yo, fue el chaleco antibalas que había empezado a usar días antes, cuando me advirtieron que vendrían por mí.

Un día, cuando llegaron a cobrar la extorsión, me enfrenté con uno de ellos y ahí sucedió. Lo maté. Sabía que iban a regresar por mí, así que tuve que sacar a mi familia y huir de Irapuato. Perdí mis empresas, uno de mis hijos murió, mataron a mi mejor amigo. Me fui a la ruina.

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Lo peor es que no era solo yo. Bastaba con prender la tele o leer el periódico para enterarme que muchas familias estaban pasando por lo mismo sin que las autoridades hicieran algo. No podíamos seguir así.

Fue entonces que decidí armarme y, con la ayuda de unos amigos de Michoacán, empezar la cacería. Regresé a Irapuato sin que nadie supiera y empezamos a juntar gente que está harta de la delincuencia y que tampoco dudaría en jalar el gatillo, como yo.

Gasté todos mis ahorros en comprar armas y equipo para ese “trabajo”. He invertido más de medio millón de pesos en armar a Los Justicieros de Irapuato. Nos pusimos así porque nosotros somos quienes haremos que la justicia pase en nuestra ciudad.

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No, no los vamos a entregar a los policías; con este nuevo sistema de justicia penal salen en un dos por tres. No, tampoco los vamos a torturar; si el árbol ya está torcido, ni con fuerza lo vamos a enderezar. Los vamos a borrar del mapa. Vamos a hacer lo que ellos no dudan en hacer cuando te quieren quitar algo que es tuyo. Los vamos a matar.

‘Llámenme Comandante Uno’

El teléfono sonó casi a las 8 de la noche. Una voz ronca habló del otro lado: “Soy el de Los Justicieros”.

La cita quedó hecha para un par de días después, sin un lugar establecido, solo en la ciudad de Irapuato, Guanajuato, una de las localidades más prósperas del Bajío mexicano.

El día del encuentro, seis llamadas en menos de una hora dando indicaciones sobre a dónde dirigirse: “Nos vemos en tal esquina”. “Muévanse de ahí”. “Hay una patrulla cerca, hay que vernos en otro lado”. “Donde estén, deténganse; yo ahorita les pito”. Un auto se emparejó e hizo señas. Había que seguirlo.

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Escoltado por dos motocicletas y otro auto, el Comandante Uno, como se hace llamar, surcó por varias calles de Irapuato hasta que se detuvo frente a un domicilio con una fachada normal, donde todo el mundo pensaría que vive una familia como cualquier otra.

“Los iba a citar en un hotel, pero la verdad es que se ven confiables”, suelta, con aquella seguridad de quien ya hizo su trabajo averiguando antes y vigilando el paso de todos por la ciudad.

Cruzando el umbral de la puerta, una casa semivacía. Un sillón individual y dos sillas que alguna vez formaron parte de un comedor, reciben a las “visitas”. En otra habitación, una gran mesa llena de basura, botellas vacías, trastes usados y más allá dos sillones negros arrumbados porque ya nadie los usa.

La desolación del lugar es evidente, recuerda a aquellas casas de seguridad que son usadas para torturar personas o mantenerlas secuestradas; solo que ahí, en esa casa del Comandante Uno, la seguridad se escapa por las rendijas en las puertas y por la delgadez del zaguán que da a la calle.

Nervioso, el Comandante Uno acomoda el par de sillas frente al sillón individual, en el que se sienta cual rey en su trono. Adentro, solo él; afuera, varios guardianes camuflados a bordo de vehículos o lavando sus carros bajo el sol de mediodía.

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“Yo empecé esto porque ya estaba harto y nadie está haciendo nada”, dice, mientras prende fuego a un cigarro, “cuando iban por mi familia tuve que decidir: o lloraban en mi casa o lloraban en la de ellos; y mejor que sea en la de ellos”.

Unos pasos hacia la puerta principal y el toque de un timbre que no funciona -solo se escucha el corto de la luz-, lo ponen en alerta máxima. “Buenas tardes”, se oye la voz de un hombre en la puerta. “¿Quién es?”, responde desde adentro. “Buenas tardes”, insisten afuera. “¿Qué quiere?”, dice el Comandante Uno, levantándose del sillón, aventando el cigarro al suelo y mostrando el arma que trae fajada atrás del pantalón. “Buenas tardes, ¿me permite un momento?”, insiste nuevamente el hombre de afuera.

Adentro, este hombre toma la pistola y, despacio, abre la puerta: “¿Qué quiere? Estoy ocupado”, le dice, pistola en mano, pero oculta detrás de su cuerpo. “¡Ah! Soy testigo de Jehová, vengo a darle la palabra del Señor”, se oye afuera. “¡Que estoy ocupado!”, exclama el Uno, cerrando nuevamente la puerta y guardándose la pistola en el pantalón. Suspira aliviado y sonríe. “¡Ah qué estos señores! Hay que tener cuidado”. Vuelve a sentarse y prende otro cigarro.

Durante la conversación de más de tres horas, el Comandante Uno va ganando confianza; sin usar su máscara, se relaja pero no baja la guardia.

Cada movimiento es observado por él con suspicacia. El sonido de los mensajes en el celular lo pone nervioso por lo que, aunque él no lo pida, se ponen en el suelo y con la pantalla hacia abajo para que no sienta que hay peligro de grabarlo o fotografiarlo sin la protección de su pasamontañas.

Aunque dice que no, sabe que lo que hace es ilegal. Teme que alguna autoridad o un grupo criminal den con él y decidan detenerlo o matarlo primero. No puede permitirse ninguna distracción.

Cuenta que conoce a importantes mandos de seguridad de los tres niveles de gobierno; que lo han invitado a varios eventos políticos del PRI en el Estado de México e incluso le propusieron el negocio de hacer camisetas para la campaña a la gubernatura de esa entidad, a lo que él se negó por no querer involucrarse en cuestiones políticas.

“Yo soy empresario, soy un ciudadano común; pero me nace la idea de hacer este movimiento para apoyar a la gente.

“Sí conozco gente de la política, pero no tiene nada que ver con esto. Esto es una idea mía y estoy apoyado por varia gente (…) Yo, intereses políticos o económicos no tengo; yo lo que quiero es que acabe esto y que viva tranquila la ciudadanía”, contesta al cuestionamiento de una posible motivación política para desestabilizar al gobierno del municipio y del estado, ambos del PAN.

Acepta tener una entrevista que sea grabada en video, siempre y cuando solo sea visible su máscara. “Sí soy muy conocido aquí”, justifica, “podrían encontrarme muy rápido”.

“¿Y cómo podemos citarte, cómo te ponemos?”, se le cuestiona.

“Llámenme Comandante Uno”, pide.

Está listo para contar su historia.

Los justicieros de Irapuato

La imagen se volvió casi viral: dos presuntos ladrones con la cara llena de sangre, por sus orejas cortadas, sostenían una cartulina: “Esto le va a pasar a todos los ratas violadores y extorcionadores (sic). Atte: La Limpia”.

En la página de Facebook que publicita al grupo Los Justicieros de Irapuato, en el video más visto –con más de 110 mil reproducciones-, se ve amarrados a estos dos jóvenes que sangran de la cara.

Ahí, los “detenidos” hablan sobre algunos policías que supuestamente los protegen y a quienes les pagan entre 3 mil y 4 mil pesos mensuales a cambio dejarlos hacer sus fechorías.

“Esta es una prueba más de que vamos a acabar con estas lacras”, se escucha decir a un hombre mientras se ve a los jóvenes en pantalla. La página fue creada el 11 de junio; el video se subió el martes 13.

A decir del Comandante Uno, no es la única “acción” que han llevado a cabo.

El lunes 12 de junio, a las 6:45 de la tarde, solo se escribió una línea en el muro del grupo en Facebook: “Una lacra menos el tony”.

“El Tony” era el apodo de Antonio Pacheco Flores, un joven de 31 años que fue apuñalado por varios hombres alrededor de las 5:00 de la tarde de ese día. Los agresores habrían escapado en una camioneta.

Según medios locales que consignaron el hecho, Antonio habría tenido un forcejeo con varios hombres que acabaron apuñalándolo, apenas a unos metros de la delegación de Policía.

“Antonio Pacheco tenía 16 ingresos a los separos de la Policía por estado de ebriedad, insultos a la autoridad, daños y robo a negocio. Además, contaba con dos órdenes de aprehensión por robo en Abasolo y otra por daños en Jaral del Progreso”, consignó el portal Primer Plano, un medio de la localidad.

Los comentarios en Facebook se cuentan por decenas; en la mayoría de ellos la población les expresa su apoyo. La página tiene ya más de 8 mil 500 likes a solo 10 días de haber sido creada.

Es un ejemplo más de los muchos que han surgido en los últimos meses en redes sociales. Personas que, hartas de la delincuencia, han decidido tomar la justicia por su propia mano.

Los Justicieros de Irapuato, como se hacen llamar, se trata de un grupo que, a decir de su fundador, tiene ya más de 60 personas en activo, entre “operadores”, “halcones” y choferes, quienes hacen “operativos” directos para dar con el sujeto que están buscando. Y después, matarlo.

“Tenemos información de primera mano y ya tenemos ubicados a la mayoría de los asaltantes, a cerca de 60, con domicilios y todo”, explica el Comandante Uno.

“¿Por qué no entregarlos a las autoridades?”, se le cuestiona.

“Porque salen al siguiente día, es la realidad. Los entregamos a las autoridades y van a seguir delinquiendo, riéndose; van a seguir haciendo de las suyas. Entonces hay que tomar unas medidas más fuertes contra ellos”, afirma.

“¿Qué son medidas más fuertes?”, se le insiste.

“Pues incluso, matarlos”, sentencia.

La sentencia de muerte, sin embargo, no es automática. El Comandante Uno asegura que reciben apoyo de la población y de algunas autoridades que los ayudan para localizar e investigar a esas personas.

“Nuestra línea de acción es identificarlos, cotejar la información que sea real y hacer operativos directos. No nos vamos a esperar a agarrarlos in fraganti. Hay mucha gente que ya tenemos identificada, que delinque y sale y tienen 15 ingresos al CERESO y salen. Vamos a ir por ellos. La misma población nos está ayudando, nos está diciendo que trae esta camisa o va en tal vehículo. Entonces es más fácil para nosotros ubicarlos que para ellos ubicarnos a nosotros.

“Nosotros cotejamos la información. Puede haber mucha gente que le caiga gorda una persona y va a decir: ‘Este es ratero’. Nosotros verificamos la información con mucha gente, con autoridades. No nos dejamos guiar solo por lo que la gente nos dice”, asegura.

El líder reconoce que no solo hay gente de Irapuato en el grupo, sino algunas personas provenientes de Michoacán, que han hecho lo mismo en sus comunidades. Por eso a algunos se les escucha un acento distinto al local, dice, lo que ha despertado suspicacias en las autoridades.

La comparación con las autodefensas es inevitable. La diferencia estriba, según dice, en que en esa entidad la población se defendía de los narcotraficantes, mientras que ellos lo hacen solamente en delincuentes que roban, extorsionan, secuestran o violan.

“Ellos tenían un problema con el narcotráfico porque llegaban a las casas y les cobraban cuota; si les gustaba su mujer, se la llevaban; y si no daban, los mataban. Es completamente diferente, porque nuestra guerra no es contra el narcotráfico, ni contra los huachicoleros, ni contra los que roban el tren, porque eso le compete al gobierno federal, también tienen que hacer algo de trabajo.

“Nosotros vamos contra los que están afectando a la población civil, directamente. Los rateros, los que les compran a los rateros todo lo robado, que acaparan todo”, apunta.

Su siguiente objetivo son quienes compran artículos robados. El Comandante Uno explica que los delincuentes que asaltan en las calles o roban en las casas, venden sus mercancías a varias personas que concentran todo lo robado, para revenderlo. Ellos también son los encargados de pagar los sobornos a la Policía para que los deje operar a ellos y a los asaltantes.

“Es por los que vamos”, advierte.

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GG