Así es el gimnasio de box debajo de un puente

 

Es un espacio de entrenamiento para jóvenes deportistas


POR  JAVIER PÉREZ PARA LA REVISTA CAMBIO, DE CAPITALMEDIA

Este no es un gimnasio tradicional. No tiene paredes ni puertas, mucho menos ventanas, de hecho, cualquiera puede atravesarlo en todo momento. Aquí, bajo el enorme puente vehicular, el preparador físico y exfutbolista Miguel Ramírez Torres lo montó hace una década. Esto es un camellón de Ecatepec, municipio mexiquense que se ha hecho fama por sus elevados índices de violencia y criminalidad. Aquí antes era territorio de adictos a las drogas que cerraban trato con sus dealers, custodiados por montones de basura y que pocos se atrevían a cruzar la calle por miedo a toparse con ratas o personas con malas intenciones. 

Nadie le pidió a Miguel, este hombre de 48 años, que lo hiciera y él tampoco pidió permiso. Sabía que le daría utilidad a un espacio al que la gente le daba la vuelta. Empezó limpiando y poniendo un par de costales a fin de entrenar con sus hijos. Uno de ellos era tan apasionado del deporte que estuvo a punto de firmar para jugar futbol profesionalmente con el club América, sin embargo, en ese entonces ya tenía problemas con su consumo de drogas, así que la adicción lo llevó a dejar pasar la oportunidad. Durante cuatro años, el gimnasio improvisado por Miguel, con el propósito de alejar a su hijo del vicio, se mantuvo así, como un espacio dónde sólo ellos entrenaban.

Hoy esto ha cambiado, pues hay una hilera de cinco costales a lo ancho del camellón, colgados de arneses fijados en la estructura del puente vehicular que aquí sirve de techo; cerca de la base de la rampa del puente –una pared decorada con tres grafitis alusivos al gimnasio que ahora todos conocen como “Gym Ramírez Torres”– hay dos peras fijas y otros dos costales a su lado; una pera loca cuelga de los barrotes de un pasamanos. Más allá está la base de un ring, instalada permanentemente al suelo y cubierta de una lona azul que se siente suave cuando uno se planta sobre ella. En cada una de las cuatro puntas de este cuadrilátero, un poste metálico tiene lo necesario para colocar las cuerdas y, de requerirse, las esquinas que remiten en el imaginario colectivo a un ring de box.

Aunque el improvisado gimnasio aún opera en un nivel familiar, actualmente tiene unos 50 alumnos entre niños, jóvenes y adultos, 13 de los cuales boxean ya en niveles amateur y profesional, como el ex campeón mundial plata de peso minimosca Armando Torres.

Ahora la gente que quiere cruzar de una acera a otra de la avenida Valle de Júcar, entre las colonias Valle de Aragón tercera sección y Melchor Múzquiz, ya no necesita rodear pues este espacio público se ha recuperado y tiene nueva vida.

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“Estamos aquí, al aire libre –me dice Armando, hombre menudo de 36 años que acaba de terminar su rutina de entrenamiento y no parece cansado–. Si te das cuenta, dentro de lo que cabe se ha fomentado el deporte aquí abajo del puente, han salvado un área. Todo está limpio ahora, hay buen ambiente”, enfatiza, y tiene razón.

Valle de Júcar es una avenida ancha ubicada entre las estaciones Múzquiz y Ecatepec de la línea B del Metro, que corre por la avenida Carlos Hank González. Júcar le pasa por encima a través de un puente vehicular de cuatro carriles. Por un lado, la también llamada Avenida Central comunica Ecatepec con Nezahualcóyotl y con la Ciudad de México, por la zona del Bosque de Aragón. Por el otro, es una arteria que te adentra en el infame municipio más grande del país, hacia la estación terminal Ciudad Azteca. En esta dirección, a unos cuantos metros está el Gym Ramírez Torres.

Cada mañana, don Fernando Ramírez y su nieta Fernanda, padre e hija de Miguel, barren la basura y el polvo acumulados durante la noche anterior. Suele ser un trabajo arduo: a veces amanecen bolsas de basura abiertas y su contenido se ha desparramado con el aire. En una bodega que rentan del otro lado de la avenida, los Ramírez guardan los instrumentos para los entrenamientos. Costales, peras, cuerdas, escaleras de lazos, guantes, caretas, manoplas y demás que instalan y desinstalan dos veces al día entre semana; por la mañana y por la tarde.

Es en el horario vespertino cuando bulle la actividad en el gimnasio. Entonces es que llegan los boxeadores que ya pelean, algunos son adolescentes y ya han ganado torneos a nivel nacional.

“De esto no se puede vivir –me dice una tarde soleada–. Es obvio que aquí se tiene que cobrar algo porque el material es caro”, y tiene razón pues los costales que tiene cuestan entre 4 600 y 6 000 pesos; las peras, entre 500 y 600; las manoplas, un poco más de 500 y se tienen que comprar al menos cada cinco meses porque las usan con todos y se desgastan con rapidez. Él no le pide material a sus alumnos. Acaso los guantes, por una cuestión de higiene; aunque si alguien no puede adquirirlos  (cuestan entre 1 200 y 1 700 pesos), él tiene varios pares y los presta. Miguel no vive de esto, su sustento lo saca de vender tacos de guisado por las mañanas.

“Además, tienes que gastar en los camiones, sacar para el material y para un refresquito. Pero subsistir de aquí está muy cabrón. Somos cinco profesores y si les cobramos de a cien, ¿crees que alcanza? Y tenemos que pagar la renta de esa bodeguita donde guardamos los materiales y unas lonas enormes que utilizo para cerrar esta área cuando tengo función. Por eso cuelgan esos hilitos de ahí –y señala la orilla del puente vehicular–. Es cuando pongo de lujo mi ring, para que vengan otros gimnasios a competir”.

Con esas lonas cerca el espacio, aunque al señor Miguel le gustaría que estuviera limitado por un enrejado. Lo ha solicitado, incluso un día llegó una comitiva del gobierno municipal a tomar medidas. Sin embargo, no ocurrió nada más. Le parece mejor así. “Si el gobierno se mete a enrejar, te puede decir hasta aquí”. No quiere que lo desplacen y dejen el esfuerzo de tantos años en manos de otros. “Soy más de la idea de buscar un patrocinio y el permiso del municipio para enrejar”.

DISCIPLINA Y SACRIFICIO

Miguel Ramírez es un chico moreno de 15 años que se mueve con agilidad, esquiva golpes con movimientos rápidos y suelta ráfagas precisas mientras, en el ring, hace un combate de entrenamiento con uno de sus compañeros. Y luego con otro y otra. Tiene 11 años entrenando box, siempre bajo la tutela de su padre, el señor Miguel. Es seleccionado de la Ciudad de México, y representa a la delegación Venustiano Carranza. De hecho, obtuvo una medalla de plata a nivel nacional en un torneo amateur y compitió por un lugar en el Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (CNAR) donde finalmente no fue aceptado. Él piensa que le faltaron contactos y amistades clave.

“A mí me gustan los golpes. El box significa disciplina y te tienes que poner las pilas si quieres estar en esto. Es sacrificio. Tengo 15 años y nuestro objetivo ahorita es divertirnos, salir a todos lados, pero hay que evitar fiestas, salidas con los amigos y, en lo personal, hasta tener sexo, porque te acaba las piernas y te quedas sin condición para muchas peleas”.

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José Yael es otro de los alumnos del Gym Ramírez Torres seleccionado por la Venustiano Carranza. Él tiene 16 años y lleva tres entrenando box. Ha peleado ya en un torneo distrital, uno delegacional y representó a la Ciudad de México en un regional. Le gustaría ser boxeador olímpico. Él viene a entrenar desde Jardines de Morelos, una colonia también de Ecatepec ubicada a unos 14 kilómetros de distancia. Ni Yael ni Miguel representan al municipio ni al Estado de México porque aquí no se cuenta con el apoyo ni con el seguimiento que sí se obtienen en la CDMX.

María Fernanda es otra de las alumnas destacadas. Es una chica menuda de 20 años que entrena desde que tenía 12. Para ella, el box es una tradición que lleva en la sangre. De hecho, su hermano es Armando, y ella está a punto de debutar como profesional. Debe subir tres kilos con la finalidad de que le permitan pelear.

Hoy hay aquí unas 20 personas entrenando, chicas y chicos de entre 8 y 20 años son la mayoría. Ha llovido desde temprano, así que la tarde es fría. Tal y como ha ocurrido en los días previos, un automóvil con el cofre abierto está sobre el camellón. Los mecánicos del taller de enfrente estacionan vehículos aquí como si fuese una extensión de su local. Se tumban a arreglarlos y a veces aceleran los carros, echando todo el humo del escape al área de entrenamiento. Un humo tóxico que raspa la garganta.

Si hubiera enrejado, no podrían subirlos ni dejar los manchones de aceite de motor como una huella indeleble de su actividad. “No nos ayudan esos coches”, dice Armando Torres, ex campeón mundial plata que lleva seis años en el Gym Ramírez Torres. Hace cuatro obtuvo el campeonato, que lo dejaba en la antesala del título mundial, pero nunca recibió la oportunidad. Aún es boxeador en activo y, mientras consigue peleas, ayuda con el entrenamiento de los alumnos.

Armando está seguro de que no tener el área enrejada limita que haya más niños. Pone como ejemplo a su propio hijo, de cuatro años: “No tenemos protección. Si te das cuenta, luego vienen niños muy pequeños que tenemos que estarlos cuidando, quieras o no, por los carros. Sí está peligroso, y están bajo la responsabilidad del gimnasio”.

El límite de este espacio al aire libre es la avenida Valle de Júcar, con su nutrido y constante flujo vehicular en ambos sentidos. El niño más pequeño que veo entrenar hoy tiene ocho años. Se llama Alfredo y su mamá lo espera sentada en una de las bancas que circundan el espacio. Lleva entrenando casi cinco meses. “Me gusta el box no tanto para hacer violencia, sino por las cosas que hay y lo que aprendes”.

Bruno Sebastián Briseño, de 11 años, ya va a entrar a la secundaria y también practica con el costal. Entrena desde hace casi un año; dejó sus clases de natación con el propósito venir a boxear. “Me gusta la práctica porque te hace más fuerte de todos aspectos”, dice con seguridad.

Roberto Cruz, también de 11, apenas tiene dos semanas en el gimnasio. “No me gusta mucho el box pero a la vez sí me llama la atención –explica con una voz suave, apenas audible–.  Como ya voy a entrar a la secundaria, me trajo mi mamá para que me aprenda a defender”. Y sí, en Ecatepec la supervivencia muchas veces tiene que ver con la habilidad en los puños.

Yoselín, quien tiene 13 años y acaba de pasar al segundo año de secundaria, golpea el costal con precisión y solidez. Lleva más o menos un año entrenando. Ella vive enfrente del camellón. “Yo vengo principalmente por hacer ejercicio y boxear y eso me gusta: tirar golpes. Me gusta que el gimnasio está al aire libre y que los maestros te ponen atención y te ayudan”.

Don Fernando, quien enseña a los chicos a dar combinaciones y a moverse con ritmo mientras hace sombra con ellos o los guía con las manoplas, dice que su familia mantiene este espacio porque les gusta. Él tiene un empleo en el Mexipuerto, la terminal de la línea de Mexibús que corre de Ciudad Azteca a Ojo de Agua. Aquí viene por pasión, porque considera que ellos, con esta labor, se vuelven formadores de los más jóvenes.

Una corriente de aires encontrados nos pega por todos lados. El viento se siente frío a pesar de que el día es soleado. José Yael deja de golpear el costal y platica conmigo. Es delgado, pero se ve fuerte… igual que sus palabras: “El box es algo de gente humilde. Cualquiera puede estar boxeando, cualquiera puede llegar y entrenar. Solamente es dedicación. Para mí es un deporte de alguien humilde, de alguien que quiere hacer una historia, un sueño. Primeramente dios esperemos llegar lejos”.

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GG