Así ocurrió la balacera en el colegio de Monterrey, contada sin imágenes

En menos de un minuto sucedió la tragedia
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Se levantó de su asiento, apuntó la pistola que cargaba y la accionó contra sus compañeros de clase y contra su maestra.

A escasos minutos de que dieran las nueve de la mañana de aquel 18 de enero de 2017, un estudiante de 15 años del Colegio Americano del Noreste en Monterrey, Nuevo León, lucía meditativo en el video que captó el ataque. Estaba sentado cerca de la única entrada del salón de clases. Acechaba.

Dentro de uno de los salones de clase, la maestra de 24 años recogía trabajos de los 20 alumnos que tenía asignados.

Eran las 8:51 de la mañana con 13 segundos. No se levantó. Le bastó extender el brazo para dirigir el cañón de su arma a la cabeza de otro compañero. Jaló el gatillo y el adolescente de 14 años resultó herido de bala.

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8:51 con 15 segundos, se desvaneció, su cuerpo sin fuerza resbalaba sobre el mobiliario escolar y no había tocado el suelo cuando el adolescente agresor detonó de nuevo la pistola calibre 22. El proyectil se dirigió, esta vez, contra la testa de su maestra.

Para alcanzarla, el joven de 15 años se incorporó y aprovechó el shock que el primer disparo ocasionó a la docente, visiblemente perturbada, para intentar matarla.

Al segundo 16 se dirigió hacia los compañeros que tenía a su izquierda. Les apuntó y aunque no les disparó, logró intimidarlos.

Un instante le fue suficiente para encarar otra vez al conjunto de compañeros que tenía a su derecha.

Para el segundo 19, toda la espalda del cuerpo de su maestra tocó el piso. Su caída duró alrededor de tres segundos que el quinceañero aprovechó para accionar el arma cuatro veces más contra otros dos alumnos, una es mujer.

Se volvió y miró a un compañero encogido de hombros. No alcanzó a resguardarse debajo de alguna de las mesas. Ante lo inevitable, se queda de pie, recargado en la pared. El agresor le apuntó. Reconsidera. No le dispara.

Tomó unos instantes de contemplación. Observa el pánico y el caos. ¿Grita? No lo duda y, como hizo  con sus víctimas, se encañona. Dispara. Falla.

La bala rozó su cabeza y su cabello da cuenta de la trayectoria del peligroso proyectil que termina en el techo del que se desprenden pedazos.

Está determinado y se apunta de nuevo. Accionó la pistola y entonces se percató de algo que él y el cargador se comparten: ambos están vacíos, uno de balas el otro de empatía.

No importa. Está preparado. Camina, tranquilo, sin prisas, hacia sus pertenencias. Recarga de balas. Parece que ordena algo a sus compañeros y, al instante, todos los que pueden corren a la puerta. Se apunta, abre su boca y se dispara.

Dan las 8:00 horas con 52 minutos y la mayoría de los alumnos que aún pueden moverse ha abandonado su salón de clases, en el cual, a penas un minuto atrás, entregaban la tarea a su profesora justo frente al muchacho del que, según aseguraron más tarde, sufría depresión y había declarado que quería matarse. Al final lo logró. Fue declarado con muerte cerebral en un hospital de Monterrey.

Acerca de los sucesos de Monterrey, CapitalMedia no difunde imágenes que afecten a la integridad y derechos de infantes y adolescentes.

JCS/LGG

 

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