A pesar de la polaka, las posadas

 

Otro tema que destaca es el de la Ley de Seguridad Interior


Nuestra realidad política se empeña en dar tema de conversación en días que antaño estuvieron dedicados a planear a quién le tocaría –y en qué día– una posada; a decidir el menú de las cenas de Navidad y Año Nuevo, a escoger los regalos para la familia, y los juguetes de Navidad y Reyes para los chamacos… Ahora, la gente discute y se jala las greñas por la decisión gubernamental que permitirá a la “tícher” Elba Esther Gordillo tener como cárcel su “depa” de Galileo, en Polanco, beneficio derivado –dicen sus abogansters–, de la presunción de inocencia, pues no hay sentencia que la culpe de algo; también nos entretiene el caso de Pemex y la empresa Obedrecht que salpicó billete a Emilio Lozoya Austin, exdirector general de la empresa mexicana.

Otro tema que destaca es el de la Ley de Seguridad Interior y la manga ancha que se otorga al ejército mexicano para “preservar la paz social” (sobre todo si se prevén conflictos postelectorales) en perjuicio de los derechos humanos. Tanto la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) han advertido sobre los riesgos que la élite en el poder ni ve ni oye.

Otro tema prenavideño (faltaba más) es el hándicap de quienes se perfilan como punteros hacia la presidencia de la república: Meade, AMLO y Anaya, y aquellos que desean aparecer en las boletas electorales como candidatos independientes: Jaime Rodríguez, “El Bronco”, y Margarita Zavala, entre los que destacan como peticionarios de firmas en las plazas públicas. Y el zafarrancho que perredistas y morenistas armaron en pleno centro de Coyoacán, como muestra de la cultura política, que por estos lares ameniza y amenaza con desbordar, también ocupó sitio destacado; los compañeros periodistas de CAPITALMEDIA Jorge Chaparro y Pablo Conde fueron agredidos.

Con todo, como viñetas de un tiempo pasado que no fue mejor, pero cuando menos distinto, en barrios y colonias populares, aún vemos –desde el 16 de diciembre– a vecinos que toman la calle por asalto y van de puerta en puerta pidiendo posada para sus peregrinos José y María, entonando letanías que se cuelan entre el frío de la noche, apenas aluzada por las velitas de cera que portan los peregrinos para iluminar la procesión.

Dios Padre Celestial, ten piedad de nosotros; Dios Hijo, redentor del mundo, ten piedad de nosotros.

En el barrio, aún existe esa especie en extinción que representan las abuelas, con presencia especial en este día: encabezan la procesión, saben el ritual para pedir y dar posada, hacen el esfuerzo para que la tradición persista; aunque la realidad la muestre agonizante. Las catequistas de la iglesia vecina integran a sus grupos de la doctrina y logran que la columna de peregrinos crezca, no tanto por la fe sino por la oportunidad de echar relajo:

En el nombre del cielo yo os pido posada, pues no puede andar mi esposa amada. Los perros callejeros se integran, arman alboroto cuando se topan con jaurías que sienten invadido su territorio. Con palos, piedras y cubetadas de agua helada, la paz se instaura y los peregrinos reanudan la marcha, sortean las trampas del asfalto y por fin logran que en una vivienda les abran para obtener el ansiado asilo:

¡Entren Santos Peregrinos, reciban este rincón, que aunque es pobre la morada os la doy de corazón!

Quienes brindan posada prepararon la mesa donde los peregrinos depositarán el pesebre con las figuras de José, María y el niño Jesús ausente: será incorporado justo cuando el reloj indique la Natividad del Señor. Mientras, los convidados dan paso a la celebración luego de los rezos correspondientes: reciben ponche y tamales y dulces; salen las piñatas a relucir para que los chamacos, y otros no tanto, se entretengan tirando garrotazos con los ojos vendados.

Luego, para mantener el ambiente, sacan el aparato estereofónico al patio y con la selección de pistas en la USB inicia el bailongo: cumbiones, rancheras, reguetón, y rap para los picudos que desean echar sus habladas sonsoneteras; como en la película Dos tipos de cuidado, a ver quién es el que se impone a fuerza de rimas y descolones “chakaleros”.

La posada cobra calor, ambiente, gracias a los frascos que –bajita la mano– se descorchan en lo oscurito: uno de tequila, no importa que tenga agave; otro de Bacachá blanco, al fin que ya llegaron las “cocacolotas” para hacerlo rendir, y un güisqui –el de la botella verde cuadrada– para las gargantas que se las dan de finolis.

Con todo, la vida sigue. La posada declina y sólo los más aferrados persisten en el trago y el guateque, hasta que el caballo se les canse. Sale el churrito de marihuana, la estopa humedecida en solvente, algún polvo mágico que renuevan las energías para darle al rap: Un hombre sin palabra/ es lo mismo que una cabra,/ un oso o una serpiente./ Yo no creo en nada,/ evito desengaños,/ me alejo de todo lo que pueda hacerme daño.

Mañana hay que trabajar, el vecindario de nueva cuenta se animará, vestirá sus mejores trapos para integrarse en la procesión, a la piñata, al reventón.