Las mujeres deciden

 

No se trata sólo de garantizar a las mujeres el derecho a decidir sobre su vida y maternidad


Hace diez años me organizaba a fin de emprender mi primer viaje a Europa, ese de la juventud donde pones todos tus ahorros, tus sueños y tus expectativas y te cuelgas una mochila a la espalda. Mas no podía irme sin antes presenciar un momento clave para la historia de la Ciudad de México: la aprobación del aborto legal.

Como reportera, era parte de un equipo que cubría todo el proceso a partir del cual se aprobaría esta medida, sin precedentes en nuestro país. Como mujer, me emocionaba saber que se ganaría un derecho, controversial, sí, pero definitivamente necesario para procurar la salud de todas.

Unos meses después de aquel 24 de abril de 2007, cuando por fin tomó forma la figura de Interrupción Legal del Embarazo, escribí en este espacio a favor del tema. Las críticas no se hicieron esperar, aunque en ese momento los canales de comunicación eran más cerrados que hoy. Recibí algunos correos electrónicos de lectores (hombres, si cabe la aclaración) que me acusaban de inmoral al promover semejantes prácticas en una columna como esta. Por fortuna, esta revista tampoco es hoy lo que era hace 10 años.

No digo que fui atacada entonces; sólo, digamos, increpada. Y pude responder porque tenía los argumentos bastante claros (por ejemplo, que el aborto y el homicidio, cuando son considerados delitos, siempre han sido dos delitos diferentes, lo cual ya nos debe ofrecer una pauta para el razonamiento).

Sin embargo pude responder aún mejor, como puedo hacerlo hoy, porque he conocido a muchas mujeres que han recurrido al aborto. Las primeras tuvieron que hacerlo en la clandestinidad. Unas, con lo que les había recomendado la prima de la amiga de alguien, inseguras sobre cuál sería el resultado y muertas de miedo de que sus familias las descubrieran cuando, en el peor de los casos, fueran a dar a la sala de urgencias de un hospital. Otras, pagando miles de pesos en un hospital medianamente decente, fingiendo pasar un fin de semana en Cuernavaca.

Muchas otras vinieron después de ellas. Y es que, luego de la modificación a la ley, el procedimiento burocrático no estaba muy bien establecido y aún había personal en los hospitales públicos que lo retrasaba o lo entorpecía, en lugar de declarar abiertamente su objeción de conciencia que, claramente, era y sigue siendo su derecho. Así que las mujeres me llamaban a fin de que, mediante algunos contactos, se destrabaran sus procedimientos.

Desde mi experiencia, todas ellas enfrentaban una dura decisión. No digo que a todas las que interrumpen sus embarazos les sea difícil, muchas lo hacen con determinación y sin dudar, pues es su mejor opción en ese momento.

No obstante, también son numerosas quienes lo ven como la última salida y que si vivieran en circunstancias diferentes (si fueran mayores, si tuvieran trabajo, si su pareja no fuera violenta, si no estuvieran gravemente enfermas) no lo harían. Sólo puedo hablar de las que yo conocí, y de ellas puedo asegurar que no tenían el corazón de piedra, que no eran unas ogras comeniños, que su decisión no fue egoísta y que, hasta donde sé, no se arrepintieron de haberla tomado.

Para mí nunca significó un conflicto moral el prestar ayuda a todas y cada una. Los términos en los que el aborto legal fue establecido en esta ciudad son los mejores en los que se puede dar una situación de esa naturaleza. Y desde mi perspectiva, no se trata sólo de garantizar a las mujeres el derecho a decidir sobre su vida y su maternidad, sino también de evitar que hijos no deseados lleguen a este mundo a vivir las consecuencias de la pobreza, la violencia o la negligencia.

* Periodista especializada en salud sexual.
@RocioSanchez

JCA