¿Alianzas políticas perversas?

 

Las alianzas electorales tienen, en sí mismas, muchos beneficios para quienes las realizan


Las alianzas electorales tienen, en sí mismas, muchos beneficios para quienes las realizan. El fundamental: la obtención o permanencia en el poder. De allí que, independientemente de las diferencias ideológicas, es el pragmatismo la premisa dominante en los dirigentes políticos con miras a la sucesión en el mismo. No importan las divergencias si se comparte la misma ambición. Eso es lo trágico de nuestros políticos. Que sus perspectivas no son bordadas alrededor de proyectos de políticas públicas que redunden en beneficio de la mayoría de los mexicanos.

No. A través de discursos huecos que ni ellos mismos creen, planean las mejores estrategias de supervivencia política. Qué importa que sea con los acérrimos enemigos de ayer o con aquéllos que antaño se constituyeron en verdugos de sus propios militantes y simpatizantes partidistas. Qué importa si la alianza es con las franquicias políticas de siempre o con aquéllos opuestos ideológicamente.

Se generarán justificaciones de todo tipo. Se olvidarán los precedentes que constituyeron rotundos fracasos. Se generará una corriente de opinión de descalificación en contra de quienes se opongan a las mismas, con la acusación de conservadores y se les acusará de querer favorecer al régimen.

Estoy convencido de la utilidad de las alianzas en la política. Pero sí y sólo si, cuando éstas son alianzas electorales y parlamentarias, en donde las perspectivas no se limitan a un proceso electoral, sino que el proyecto gira alrededor de compromisos de mediano o de largo plazo y de proyectos que van más allá de la simple sobrevivencia individual o de grupo. Cuando los aliados se convierten en estadistas y no en simples mercaderes políticos. Pero eso no es posible. Cuándo se ha visto que el agua y el aceite se combinen. A menos que sea una perversidad.