Barroquerías…

 

Con similar criterio de grandeza del exgobernador Moreno Valle, se erigió el Museo Barroco


Visito con cierta frecuencia la ciudad de Puebla, de la que todavía ignoro si es de Los Ángeles o de Zaragoza. He visto la degradación urbana en pos de un urbanismo moderno, más cercano a Falfurrias que a Cuetzalan, por mencionar algo.

En la parte moderna pueden apreciarse obras faraónicas como una ciclopista que recorre gran parte de la urbe, sobre sólidos pilares que cualquiera supondría piso elevado para vehículos pesados. No, se trata de bicicletas de las que no se ve una para justificar el enorme gasto que debió ocasionar tan tonta obra.

Con similar criterio de grandeza del exgobernador Moreno Valle, se erigió el Museo Barroco. Construcción vanguardista, ofensiva ante muchas de las necesidades de los habitantes del estado. Aquí, mi mala leche: ¿se trató de monumentos a la creatividad arquitectónica poblana… o fueron simples medios para allegarse fondos en busca de la frustrada candidatura presidencial?

Me inclino por lo segundo. Meses, quizás algunos pocos años, el Barroco servía como marco para lucimiento del tragadero más pretensioso de la Galaxia. En la parte baja y como exposición permanente que por fortuna ya no está, cinco carcachas Audi, mal reparadas y sin más que alguna referencia perdida a que los teutones ya se instalaron en la entidad.

Arriba, el restaurante que decían era propiedad de Martha Ortiz Chapa, hija del doctor Federico Ortiz, de grata memoria y de la hermosa pintora Martha Chapa.

Sin anuncio sometían al comensal a los menús de degustación: una docena de platitos y vino con cada tipo de alimento.

Delicioso, cierto, pero sólo funcionarios morenovallistas podían disfrutarlo cotidianamente, un promedio de mil a mil 500 por persona.

Este fin de semana visité el museo.

La gratísima sorpresa es indescriptible.

Curadores que no saben evitar los reflejos de vitrinas y vidrios de los cuadros, pero a cambio  pantallas descriptivas, visual y auditivamente de las riquezas barrocas de Puebla.

Música, arquitectura, moda, arte en general, pintura en particular, retrato, paisaje…

Salí convencido de que es una de las exposiciones más didácticas, estéticas y principalmente ligeras, muy propias para quienes como yo,  sufrimos de pronta aburrición en tan selectos lugares.

En lo futuro no habrá ocasión que visite Puebla y deje de recorrer el museo. Sólo que ahora seré selectivo: pasaré toda una mañana en cada una de las salas incluyendo el teatro donde exhiben videos de obras clásicas de la literatura universal.

Créanme, después de todo si hay cosas buenas para contar. Y esta es suprema.