Bourdain me enseñó a volar

 

Anthony Bourdain en su programa fumó en coloridas pipas y comió platillos hechos con marihuana


Muchas veces me habían dicho que Ámsterdam era una de esas ciudades que se tienen que visitar al menos una vez en la vida, pero con apenas cinco horas de escala, la única vez que tuve la oportunidad de ir, no tenía idea de cómo aprovechar el tiempo. Durante el vuelo desde la Ciudad de México hasta Ámsterdam tuve la oportunidad de leer en la revista del avión un sinfín de opciones, pero nada de eso fue una influencia determinante hasta que encendí la pantalla y elegí mirar un programa: Sin reservas.

Sí, el host era el aclamado chef y presentador neoyorquino Anthony Bourdain, a quien hace una semana el mundo lloró tras conocerse la noticia de su muerte.

Miré el programa completo y, como era de esperarse, en Ámsterdam Bourdain visitó un coffee shop. Para quienes no estén muy familiarizados con la cultura del consumo recreativo del cannabis, los coffee shops no son las mejores cafeterías del mundo. De hecho, ahí tomé el peor café, el peor jugo artificial y el sándwich más desangelado de todos mis viajes. No. Estos lugares no se distinguen por la calidad de su “café” sino por la calidad de su producto estrella: la marihuana.

Anthony Bourdain en su programa fumó en coloridas pipas y comió platillos hechos con marihuana y, por supuesto, yo quería hacer lo mismo.

De alguna manera, él fue para mí en aquel viaje mucho más que un guía gastronómico.

Apliqué todas sus máximas e hice cosas que tal vez en otro contexto no habría hecho. Me tomé tiempo para explorar el menú de las variedades de cannabis que se vendían y elegí una hidropónica cultivada allí mismo. Jamás habría imaginado que pagaría tanto por un gramo de mariguana. Fueron 8 euros. Más que por el sándwich, el jugo y el café, se los juro.

Después salí a la calle, tal como lo hace él, con la intención de comer todo lo que pudiera, sin embargo, no fue el caso. Lo que empecé a hacer fue disfrutar todo lo que pasaba alrededor. Los sonidos de las bicicletas al arrancar todos a la vez cuando la luz cambiaba a verde, las campanillas alertando a los peatones, los autos que se frenaban respetuosos para ceder el paso a los muchísimos ciclistas, los bebés en las carriolas empujadas por sus madres o padres, los barcos recorriendo los canales. Todo lo escuchaba, mis sentidos estaban completamente abiertos.

No conocí personalmente a Anthony Bourdain. Fui como mucha gente, admiradora de su trabajo y lo sentí cerca siempre aunque sólo lo viera por medio de una pantalla de televisión, pero esta es mi muy personal historia con él.

Tal vez haya quienes piensen que su vida viajando y comiendo alrededor del mundo era perfecta. Había tenido momentos oscuros.

Él mismo había contado sus días negros cuando fue adicto a la cocaína, la heroína y el alcohol. Insisto, en la vida unos días son blancos y luminosos, otros grises y otros más oscuros, incluso cuando se es famoso. Sin embargo, tal vez el éxito –o lo que nos han enseñado que debe serlo– no es el sinónimo de la felicidad.

¿Cuántas personas no han expresado que su más grande sueño sería darle la vuelta al mundo? Bourdain lo hizo. ¿Acaso lograr algo tan grande lejos de hacerte feliz te hace ver que eso que parecía la meta, en realidad no lo era?

Anthony Bourdain eligió suicidarse en el pueblo francés de Colmar, un lugar de ensueño. Tal vez justamente eligió el escenario perfecto para ir a buscar finalmente la paz que hacer el check list de tus objetivos y de los lugares del mundo o las comidas más exóticas no te dio. Quizá cumplir sueños tan grandes te lleva a una gran puerta detrás de la cual ya sólo queda buscar un final para tratar de tener otro principio. Nadie lo sabrá.

Sólo nos queda entender que el legado de Bourdain fue esa invitación a vivir sin reservas, a conocer lo desconocido de los lugares, a probar todos los sabores y sobre todo, a rodearte de personas con quienes beber, comer, reír y disfrutar. Porque la felicidad no es tenerlo todo, sino vivirlo todo.

Y nadie ha dicho que sea eterna. Yo creo que Anthony Bourdain fue un hombre feliz. Por momentos. Como todos los seres humanos pero, por contradictorio que parezca, ese hombre me enseñó a viajar y con ello, a vivir… a volar.