El gran circo A-Taibo

 

Las fechas se pierden, todavía se llamaba Televicentro y estaba en el edificio que se cayó en 1985


Las fechas se pierden, todavía se llamaba Televicentro y estaba en el edificio que se cayó en 1985 y arrasó con varios personajes de la pantalla chica. O pantalla idiota, como la denominaba Carlos Monsiváis, el cronista capitalino del que Octavio Paz afirmaba que era un hombre de ocurrencias, nunca de ideas.

Bajo control de Héctor Anaya, hacíamos con Agustín Granados el programa de Luis Spota Cada noche… lo inesperado. Ocupábamos un pasillo y una modesta oficina en el primer piso del edificio.

Por allí se movían los que hacían los noticiarios Pepe Cárdenas; Joaquín López Dóriga; Dolores Ayala, coconductora de Spota; Ricardo Rocha y muchos jóvenes más.

Allí conocí al jefe del circo de tres pistas de los A-Taibo, con cargo igual en el circo noticioso de TV, Paco Ignacio Taibo I. Siempre sonriente, dispuesto a atender a quien le dirigiese la palabra, amable, exagerado y atento hasta poner incómodos a los que no lo conocían.

Tomaba del hombro a su interlocutor – con frecuencia estudiantes universitarios–, lo miraba fijamente y con parsimonia le respondía, tanto para que lo entendiera como para que anotara sus respuestas.

Desde la primera ocasión que lo traté me afilié a su causa: la comunicación escrita, novela o periodismo en todas sus advocaciones.

Establecí buena amistad con Paco I, misma que se reprodujo con Paco II y especialmente con Benito, con el que trabajamos en Notimex. Allí nació un afecto que aumentó cuando coincidimos Paco Grande y su Gato Culto en despachos vecinos en El Universal; tengo entre mis galardones más preciados haber sido autor de algunos pensamientos del minino que se hizo objeto, allí sí, de culto.

Muchas ocasiones fuimos a comer Magdalena –mi esposa– y yo a casa de los Taibo donde nos recibía Maricarmen con un entusiasmo que parecía que estaba recibiendo a sus parientes de ultramar después de un siglo de no saber de ellos.

Inyectaba alegría y sus interrupciones en las charlas de sobremesa, eran para hacer alguna puntualización sobre actividades de “Pacoignacín”. Benito, para dar el tono festivo a la reunión, estaba presente siempre que nos invitaban. Igual Paco II.

Maricarmen falleció. Siento pesar por quienes quedan atrás, pero difícilmente –y espero poderlo expresar– puedo sentir tristeza por una dama que te inyectaba gusto por la vida y afecto por sus semejantes. Un hogar en el que las penas quedaron atrás, en la novela emblemática de Paco I: Para parar las aguas del olvido. Ya nos reencontraremos, Maricarmen Mahojo.