Casi dioses

 

El poder omnímodo concentrado en un momento para escoger al sucesor


El momento de la verdad en la que un hombre piensa que su vida tuvo sentido, que alcanzó todo lo que quería y que casi es un dios, es cuando se convierte en presidente de un país y cuando puede elegir al que le va a suceder.

No existe memoria de Zeus que diga cómo se sentía, pero realmente los presidentes mexicanos son como ese rey de los dioses a la hora de elegir a su sucesor.

Toda la supremacía, todo el juego de observar el comportamiento de los seres humanos frente al desafío que representa tener en las manos todo el poder, se convierte en un espectáculo y en una tentación divertida, divina y suicida de reafirmar la voluntad de un hombre sobre todos los demás.

Somos una cultura vieja y una civilización en la que sabemos que parte de nuestra condición genética le entrega todo el poder a un hombre –y aún espero que algún día llegue una mujer– que ostenta la investidura presidencial, aunque sea por un tiempo limitado.

El principio de no reelección forma parte de nuestro ADN, es en el fondo la mayor y mejor aportación que se hizo en la Revolución cuando se creó el nuevo Estado. Porque efectivamente la manera de contemplar, vivir, temer y amar al poder que tenemos en México, exige la no reelección.

Ahora nos vamos acercando al altar de los dioses, a elegir con un dedo tú sí y tú no. Y vamos viendo cómo los dioses se divierten, cómo los semidioses se ríen y cómo pueden tener la tentación de hacernos creer durante unos meses, empezando por el propio interesado, que se iba a elegir a uno para que después se elija a otro.

Estamos a días de que los nervios no se rompan para poder elegir y decidir. Y en ese sentido, la vida me ha enseñado a sospechar de lo obvio y también a saber que la vida es vida porque tiene la capacidad de sorprenderte.

No quiero recordar a Luis Echeverría y Mario Moya, no quiero recordar a De la Madrid y Del Mazo, no quiero recordar a todos los presidentes que en el momento de sentirse como dioses le hicieron creer al país que irían por un lado y finalmente eligieron otro.

Creo que los que están contendiendo, esos que como bien recuperó Federico Arreola al comentar que un amigo le mencionó que “ya es bastante con tener 39 años de edad y haber llegado a la recta final, como es el caso del secretario de Educación Pública”, son elementos que forman parte de un ritual casi divino, prohibido para los humanos que no tiene más que un límite.

La diversión o el poder omnímodo concentrado en un momento para escoger al sucesor no tiene más que un límite que, llevado por el juego, la sorpresa, la desconfianza y la incapacidad, se puede equivocar al elegir y terminar hipotecando y arruinando su sexenio y los seis años siguientes.

@antonio_navalon