Cuentos democráticos…

 

Se salvó así la democracia preservada durante tantas décadas


Recuerdo las elecciones en Venezuela, competían Carlos Andrés Pérez, contra Lorenzo Fernández; el primero, de mala fama como ministro del Interior, se caracterizó por represor, subió a los jóvenes al cerro, a la guerrilla. Era conocido popularmente como “el ministro policía”.

Lorenzo Fernández, propietario de la fábrica de helados EFE y en el mismo cargo unos años después, logró una amnistía para los jóvenes universitarios rebeldes. Pacificó al país aunque en las zonas rurales seguía el Ejército de Liberación Nacional.

La mala fama de Pérez no fue obstáculo para que se impusiera en unas elecciones y sucediera a Rafael Caldera; una campaña bajo el tórrido sol tropical, caminando calles, rancherías y más, dio la imagen de fortaleza que los venezolanos querían.

Por su lado, don Lorenzo, un hombre apacible, querido por quienes lo conocieron, con sus carteles en los que aparecía robusto, satisfecho, en alguno que otro con el infaltable puro en las manos, hizo que los venezolanos lo confundieran con los anuncios de su fábrica de nieves y perdió.

Carlos Andrés cumplió su periodo y dos turnos posteriores se volvió a postular. Volvió a ganar; pero en esta ocasión, al final de su mandato, en medio de acusaciones de robos y cochupos sin fin, estuvo en la cárcel.

En épocas lejanas, se postuló un lector de noticiarios, mezcla de Paco Malgesto y Jacobo Zabludovsky, Renny Ottolina que, apenas al iniciar su campaña, murió en un extraño accidente de aviación.

Lo acompañaba un querido amigo, Ciro Medina.

Para despegar de Caracas, los aviones deben dar cara al mar porque del otro lado se enfrentan a una ladera. Eso sucedió, extrañamente el avión se fue contra el cerro. Murieron todos. Curiosamente se aseguraba que, por su popularidad, Renny arrasaría en las elecciones.

Muchos años, Venezuela y Colombia fueron los ejemplos de la democracia representativa en América Latina; en cada país, dos partidos políticos, Adecos y Copeyanos, que se alternaban al estilo gringo, pero representaban a los dueños de la economía de ambas naciones.

No se podía permitir el riesgo de que un independiente se apoderara del Palacio de Miraflores. Y bueno, la solución fue accidentarlo.

Se salvó así la democracia preservada durante tantas décadas, la alternancia por la que tanto se lloraba en México y que se ejercía con una frecuencia de reloj suizo.

En 1993 Rafael Caldera, electo por Convergencia, rompió ese bipartidismo que recibió el tiro de gracia con el surgimiento de Hugo Chávez y su partido bolivariano, hegemónico hasta la fecha.