De muertos y apegos

 

Muchos prefieren buscar consuelo colocando la urna en algún rincón de la casa


Vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de su interacción recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es mantener la proximidad en momentos de amenaza ya que esto proporciona seguridad, consuelo y protección.  A esa definición de “apego” que hace la Etología, la Psicología agrega “vínculo base” en —prácticamente— toda relación interpersonal. Y hasta en esos terrenos, los excesos pasan factura, sobre todo cuando para decir adiós, ese “pegamento emocional” hace insoportablemente complejo otro proceso: el duelo. Entonces hay que ser ecuánimes y deshacernos de lo que se haya roto sin sobrevalorar lo que haya quedado.

En esas tortuosas batallas el apego ayuda al autoengaño reforzando codependencia, alargando el sufrimiento, aumentando los daños. La luz encuentra resquicios hasta que el individuo decide acotar al apego, según la Tanatología que recomienda aceptar el deceso evitando figuras sustitutas. Pero muchos prefieren buscar consuelo colocando la urna en algún rincón de la casa, convirtiendo las cenizas en una joya, o bien depositándolas en el sitio que, en vida, manifestó el ya “trascendido”.

Esto tampoco lo acepta el Vaticano y por segunda ocasión, desde 1963 cuando estableció la “piadosa” costumbre de enterrar a los muertos, revive el tema. Ahora con la instrucción: Ad resurgendum cum Christo (Resucitando como Cristo). Básicamente recuerda depositar los cuerpos en lugares santificados, evitar el consumismo y enfrentar la pena con la doctrina. Pero el león no es komo lo pintan y con los festejos por muertos encima el llamado no convoca, provoca. ¿No es tarea de autoridades regular el destino de las cenizas? ¿No es política pública la promoción de la salud mental y emocional? Basado en ello ¿No es –al final del día– decisión personal luchar contra el dolor y los apegos?