Diciembre inolvidable

 

Ese diciembre de 1972 fue inolvidable


Ese diciembre de 1972 fue inolvidable. En el año, se registraron hechos que no se pueden dejar fuera del baúl de los recuerdos, uno de ellos, febrero, asesinato o muerte accidental, según se quiera ver, de Genaro Vázquez Rojas en las goteras de Morelia.

Tras mi expulsión el día 22 de Ecuador con un despliegue que me inflamó el ego, soldados rodeando el camión militar donde me treparon, jeeps con hombres armados dispersos y decenas de curiosos sin saber quién era el hombre tan peligroso que merecía tal operativo.

Llegué al avión donde estaban mis dos compañeros de Prensa Latina, encarcelados un par de meses hasta que no pudieron fincarles cargos por sucedidos meses antes de arribar a Ecuador.

Llegamos a Santiago de Chile, gobierno de la Unidad Popular y como héroes, periodistas y Migración se los llevaron.

Quedé atrás, sin dinero, sin documentos y con la angustia de enterarme que habían partido varios helicópteros para rescatar a los futbolistas uruguayos conocidos después como “los caníbales de los Andes”.

A pesar de mi condición de expulsado sin pasaporte, las autoridades me exigieron el pago de cinco dólares por día de estancia en el país. Las oficinas de PL estaban en festejo navideño y ni siquiera estaban enteradas del rescate de los uruguayos. Ni modo de pedirles a ellos.

Recurrí a EFE, me identifiqué telefónicamente y sin más trámite enviaron dinero. En un hotel céntrico cuya recepción está en el piso seis o siete, me alojé por 80 centavos de dólar. Eso, gracias a la embestida del poder financiero gringo contra la economía chilena. Cada dólar valía 50 escudos y en mercado negro 350 escudos y más.

Mientras arreglaba mis documentos para regresar a México, el delegado de EFE, José Antonio Rodríguez Couceiro envió por mi equipaje, lo llevó a su casa y a partir de entonces disfruté mi estancia conviviendo con locales, afectos y desafectos al régimen.

Mis compañeros de la agencia agarraron sus patas, se treparon a otro avión después de disfrutar las mieles de la popularidad periodística y se largaron a La Habana.

Diario iba de la casa de José Antonio al centro; pasaba al lado de un río  rosa, luego verde tierno, después amarillo… la ley castigaba a quienes escondían o dejaban de fabricar sus productos, así que el champú, por ejemplo, lo vertían en la corriente que se veía muy bonito pero fomentaba desabasto e inconformidad popular.