En Brasil, el mundo al revés

 

Nada más les faltó cuestionarla por el calorón que está haciendo en Río


La salida definitiva de Dilma Rousseff del Palácio da Alvorada no fue un golpe de Estado, fue un proceso de destitución constitucional apegado a derecho. Sin embargo, si la legalidad del proceso de impeachment contra Rousseff no se puede cuestionar, no puede decirse lo mismo sobre su legitimidad.

Rousseff fue elegida por el voto de casi 60 millones de brasileños y fue juzgada por un puñado de legisladores, 60 por ciento de los cuales tiene asuntos pendientes con la justicia por haber incurrido en conductas como aceptación de sobornos, peculado, enriquecimiento inexplicable o tráfico de influencias, delitos por los que a Rousseff sencillamente no se le pudo acusar. Además, el carácter político de los criterios con los que se está procediendo contra Rousseff queda de manifiesto al analizar las preguntas que los senadores le hicieron a Dilma en su comparecencia. La gran mayoría de ellas no tenían que ver con los hechos por los cuales se le juzgó, sino con problemáticas muy distintas como el precio del arroz, la calidad de la educación, la inseguridad, la situación económica, la precariedad de los indios del Amazonas. Vaya nada más les faltó cuestionarla por el calorón que está haciendo en Río y por la eliminación de la selección femenil de futbol de los Juegos Olímpicos.

Siendo totalmente legal, lo que le está pasando a Rousseff equivale, por ejemplo, a que usted acuse a su vecino de haberle robado su coche, y ya ante el juez que impartirá justicia, usted utilice como argumentos de cargo, que además de robarle su coche, su vecino es feo, tiene mal gusto al vestir, camina chueco, está calvo, le va al América, le gusta el reguetón, es muy sucio y tiene mal aliento. Lo interesante en el caso brasileño es que el juez encargado de impartir justicia, tomó como válidos esos argumentos para decretar la destitución.

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