¿Dónde quedó el respeto?

 

Añoro la experiencia de comer en un lugar donde el buen trato sea la regla


PAISAJES INSUMISOS

La historia de hoy no empieza bien. Yo, como muchas personas, añoro la experiencia de comer en un lugar donde el buen trato sea la regla y no la excepción.

En mi casi gentrificado barrio, comer en un un día normal de escritura y edición se vuelve prácticamente un hábito que olvido hasta que mi estómago cruje. Entonces salgo desesperada a buscar algún sitio abierto para alimentarme.

Ese miércoles llegué a un restaurante de esos que venden mariscos y que, como gancho tienen paquetes baratos que si bien suelen no ser deliciosos, se tardan menos en llegar a la mesa.

En otro momento tal vez habría pedido algo más elaborado pero con las prisas y el estrés, lo que quería era casi convertir la comida en cápsulas que pudiera sólo tragar con agua para volver a trabajar.

Estos paquetes que son muy económicos tienen como “plato fuerte”, por ejemplo, cuatro camarones miniatura e incluyen arroz pero no ensalada, tal vez para que uno se llene más, yo qué sé. Pero yo estoy en un régimen bajo en carbohidratos, así que pregunté al mesero si podían cambiarlo por ensalada, su respuesta parecía de boot de centro de atención telefónica.

Me repetía una y otra vez que podían quitar el arroz (porque mi argumento era que no quería que me sirvieran algo que no comería porque estoy en contra del desperdicio de comida) pero que la ensalada se tenía que cobrar aparte. Total que dije “ok, la pago aparte pero dígame qué ingredientes tiene”. Me miró como si preguntar lo que me iban a servir fuera un privilegio del cual no gozaba, se dio media vuelta y luego llegó alguien más. Así fue que tuve el infortunio de conocer a Pedro Flores.

Este hombre llegó también como boot de centro de atención telefónica, pero más empoderado, a repetirme lo mismo. Al final, mi hambre y mi estrés juntos provocaron que me enganchara en una discusión donde mi argumento era por qué insistir en hacerme desperdiciar comida y además me querían cobrar aparte algo cuyos ingredientes no querían revelar. En fin que el distinguido señor Flores remató sus argumentos diciendo: “en los paquetes económicos no se hace ningún cambio, pues si no estamos en el mercado” y allí enfurecí, porque entonces ¿era un asunto de discriminación? ¿hay que abrir la cartera antes de ordenar para aspirar a tener un trato mínimamente digno en este lugar? Finalmente, pedí la comida de mi hijo que moría de hambre y yo me quedé sin comer y con el coraje atravesado. Al pagar, llamé al supuesto encargado del sencillo restaurante El Sazón Veracruzano donde parece un pecado no ordenar cosas costosas. Pagué con un billete de 500, reconozco que por las puras ganas de que se liaran con el cambio. Sin embargo, al dejar la charola, en lugar de monedas, ambos meseros encontraron aire. Me levanté y les dije: “perdón, soy demasiado pobre como para pagar propina cuando me discriminan”.

Lamentablemente, el coraje me provocó un desajuste de la glucosa y tuve que buscar un lugar para refugiarme de la lluvia y recuperarme. Y literalmente encontré “La Salvación”, una cafetería donde hallé respeto y empatía, a pesar de que sólo pedí un café y un muffin, que después supe eran de Chiapas el primero y de un joven panadero del barrio, el segundo. Cuando me sentí mejor, agradecí las atenciones y, por supuesto, allí dejé el doble de la propina que no di en el lugar que me provocó tal disgusto.

*Periodista, cronista, hedonista y feminista

Madre, viajera, libre y terrícola

@elipalacios