El desmadre democrático

 

Desde las 5 de la tarde comenzó el desfile de declaraciones triunfalistas


Ayer fue un día muy importante. Se esperaba que el 23% del padrón electoral del país -correspondiente a los cuatro estados en los que se celebraron elecciones: Coahuila, Estado de México, Nayarit y Veracruz- fuera a votar. Sin embargo, al final la abstención fue una vez más la invitada especial de nuestros comicios y provocó que esos datos se redujeran en gran medida.

Pero eso no importa porque en democracia hay dos acentos que conviene no olvidar. Por una parte que los pueblos nunca se equivocan, aunque se equivoquen. Y por otra, que todo aquel que no va a votar no tiene derecho a lamentarse por lo que pase.

Desde las 5 de la tarde cuando todavía no se habían cerrado las casillas en ningún estado de la República, comenzó el desfile suicida de declaraciones triunfalistas: “¡Yo gané!” “¡Yo gané!” “¡Yo gané!” Aunque sólo faltaba que todos los “ganadores” fueran confirmados por los votos.

A la hora de redactar esta columna -por razones de tiempo- todavía continuaba el conteo. Pero en ese momento ya eran claros tres aspectos de gran importancia.

Primero, que a México no le llegó todavía el cambio social que ha movilizado a países como Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y España.

Segundo, que en nuestro país los mexicanos siempre hemos hecho las cosas de una manera, la cual dicta que pese a todo lo que está pasando, el PRI es el partido que tiene el mejor aparato, el que más convence o al final el que tiene a los votantes más fieles. Póngalo usted como quiera, el caso es que con esos niveles tan bajos de participación lo que pasó ayer hay que darlo por bueno. Y tercero, el sistema democrático no cree en los demócratas.

En ese sentido, los partidos y los presidentes, con todo lo que hay en juego, dañaron ayer el ritmo de la democracia. Y es que, simplemente había que esperar a que se confirmaran los datos, pero todos se precipitaron en salir y en proclamarse ganadores.

El problema es que eso lo hicieron sin haber cruzado el Jordán de los votos, y por lo tanto el sospechosismo o la negación apriorística del proceso democrático terminó por herir a la democracia.

En este momento frente a los resultados ya no es hora de lamentos, no sirven de nada, porque hubiera servido más ir a votar para no estar de acuerdo con argumentos reales. 

En este oficio, al que yo me dedico, es necesario una cierta ecuanimidad y equilibrio. Y siendo así, el equilibrio sostiene que ayer la democracia fue lastimada y hubo mucha gente que no la ejerció, pero quien sí lo hizo eligió el panorama que hoy tenemos.

Por eso no se lamente mañana, ¡porque esto usted lo decidió!