El desorden nacional

 

Justo cuando México se juega su destino, no hemos tenido la capacidad para ponernos de acuerdo simplemente frente al enemigo externo


Todos los países tienen derecho al suicidio. Lo único que sucede es que como no es posible hacer un gran referéndum para saber quién se quiere suicidar, resulta conveniente identificar cuándo hay momentos en la historia que son irrepetibles.

En ese sentido, este momento de la historia de México, su lugar en el mundo y sobre todo su relación con Estados Unidos de América, son aspectos que exigen mucha seriedad.

Sin embargo, debo confesar que me entristece, me apena y en cierto sentido me decepciona el hecho de que los mexicanos no seamos capaces de imponer de forma contundente todo lo que nuestro corazón siente en relación a la política impuesta por Trump.

Y es que, las manifestaciones del domingo pasado no sólo fueron un desastre por la baja concurrencia, sino también lo fueron por el defecto de organización inicial y por la falla permanente en el significado de los mensajes que estuvimos proyectando.

Porque al parecer se nos olvidó que nadie puede garantizar que una manifestación con un propósito específico se llegue a mezclar con otras consignas que en este caso estuvieron relacionadas con un malestar que va en contra de nuestro propio Gobierno y de nuestro propio presidente.

Pero eso no es lo peor, sino que ahora justo cuando México se juega su destino, no hemos tenido la capacidad para ponernos de acuerdo simplemente frente al enemigo externo.

Todo eso es una lección que merece ser aprendida, porque si llevamos esa proyección contradictoria y desordenada desde el Ángel de la Independencia por todo Reforma a todas y cada una de las instituciones, no nos construirán sólo el muro en la frontera norte, sino que además nosotros mismos nos estaremos condenando a un muro de incomunicación que nos terminará dividiendo.

Los organizadores que en este caso terminaron con el papel de desorganizadores, deben sentir una profunda vergüenza no sólo por el fracaso de la convocatoria, sino por la incapacidad de ponerse de acuerdo en el discurso.

En cuanto a los políticos deben aprender que las redes sociales, las mismas que dan la impresión de no tener olfato ni vista, en muchas ocasiones se terminan convirtiendo en indicativos de lo que los pueblos no soportan más.

Y ahora una de las situaciones que los pueblos ya no soportan, es el doble discurso de aquellas figuras y autoridades que son muy bien portadas en los despachos y después pretenden ser rebeldes en las calles, sobre todo cuando existe una grave crisis de impopularidad para el Gobierno y para el partido que lo sostiene.