El odio como razón de estado

 

El caos es la etapa final de esas realidades construidas


Si hay algo que hace que las naciones pierdan el rumbo es el odio acumulado por sus principales dirigentes políticos. Pero también porque las sociedades carecen de educación y preparación. Así, sus principales elementos se convierten en seres fácilmente manipulables e influenciables, y pueden ser adoctrinados con facilidad. Esa es parte de la circunstancia en que los líderes populistas encuentran el camino que los puede llevar al poder y por consecuencia a destrozar la cohabitabilidad armónica de sus habitantes.

La polarización entre buenos y malos, ricos y pobres, cultos e ignorantes, forma parte de la estrategia de posicionamiento de ese tipo de liderazgo dispuesto a dividir, a confrontar, y a separar el destino común, para sembrar el odio clasista y para mantener vigente el discurso de la confrontación, como una necesidad de los pobres para combatir a los ricos y poderosos opresores que hurtaron y concentraron la riqueza de todos y de forma injusta en unas cuantas manos.

Ese es el camino del populismo que ha sentado sus reales en el cono sur del continente, y que ahora tiene y mantiene a las naciones en un perverso juego de confrontación producto de los perversos procesos de ideologización utilizados en el pasado por bolcheviques contra mencheviques para lograr el establecimiento del socialismo en Rusia, o la Gran Marcha encabezada por Mao Tse Tung  en China, el establecimiento del nacional socialismo en Alemania por Hitler, el franquismo en España y hasta el socialismo en la Cuba de Fidel.

Es el mismo proceso que permitió a Hugo Chávez organizar su “Revolución Bolivariana” en Venezuela y regar la riqueza petrolera para que los países del hemisferio pudieran transitar por el mismo sendero. Así se hicieron con el poder Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Luz Inacio Lula da Silva en Brasil. Y cuando Venezuela dejó de entregar dinero, los gobiernos cayeron por la inconformidad de la gente con los proyectos populistas, y solamente quedó encabezada por un dictador que la ha llenado de sangre. Por cierto, todos manipulados desde La Habana.

En todos esos países resultó fundamental que los liderazgos utilizaran el recurso del odio como razón de Estado, porque la finalidad era provocar divisiones, y la confrontación de los intereses políticos propiciaron muertes y purgas. Quienes salieron perdiendo fueron los hombres y mujeres que creyeron en las encendidas predicas de sus líderes. El caos es la etapa final de esas realidades construidas a partir de discursos que nada tienen que ver con el avance de los pueblos.

México no esta exento de que una circunstancia similar pudiera apropiarse de la conducción de la nación y  generarse una etapa de división para después apropiarse de las riendas del Gobierno. El problema es que tan populistas las alianzas entre panistas y perredistas, como las tricolores con sus satélites, y las predicas encabezadas por Andrés Manuel López Obrador, lo que quiere decir que caminamos irremediablemente hacia nuestra propia destrucción si caemos en la trampa de “la siembra del odio como razón de Estado”. Al tiempo.

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