El otro Calderón

 

No aceptaba alegatos de ebrios, ni mucho menos sobre temas políticos


Bastante agua ha pasado bajo el río; nos reuníamos Felipe Calderón Hinojosa, otro amigo también dirigente panista al que no menciono porque no estoy seguro que la relación de entonces, estrecha entre ellos, haya terminado bien. Y no por culpa del segundo.

Felipe se portaba muy medido en el consumo de alcohol. Cuando veía que estábamos un poco ruidosos, optaba por retirarse.

No aceptaba alegatos de ebrios, ni mucho menos sobre temas políticos. Diría que era un hombre respetuoso, ponderado y agradable.

Estaba emparentado con mi segundo de a bordo en Prensa del Senado, Julio Fernando Reyes Hinojosa, quien le tenía más fe a la hermana. La Cocoa, decía, es la política de la familia.

Poco antes de las elecciones que lo llevaron a la Silla del Águila, visitó Calderón a Carlos Marín y me buscó. Lo saludé, le pedí resignación porque estaba convencido de que no votarían por él ni los azulinos.

No volví a saber sino por los boletines oficiales y por una columna que controlaba Federico Arreola, pergeñada por una dama filopejista a la que su jefe le ordenó que cada vez que mencionara a Felipe Calderón hiciera un paréntesis para recomendar al lector que “tomara su drink”…

Tiempo después Federico admitió que no le constaba la ebriedad consuetudinaria de Felipe, que él había inventado tal cuestión y bueno, que así es el periodismo… su periodismo desde luego.

Con sus decisiones en torno al combate al narco, su insensibilidad en los resultados: decenas de miles de muertos, decenas de miles de desaparecidos, decenas de miles de desplazados, si esto no lograba conmoverlo decidí que presenciábamos la transformación de un ser humano en un elemental energúmeno. Una bestia con traje cortado a la medida.

La involución de Calderón no terminó ahí. Miro su estúpido comentario sobre Delfina, de la que no tengo ninguna opinión formada todavía, y encuentro en sus palabras la tradición moreliana en la que quien fue su nana seguirá siéndolo por el resto de su existencia.

Un desprecio total a la persona, pero también a los símbolos. Si la candidata de Morena se llamara Jennifer, Lizbeth o algo similar, el expresidente no se habría atrevido a intentar una gracejada con tan respetables y extranjeros nombres.

Evidente complejo enano.

Hoy anda por la vida como perrito sin dueño y tal cual su antecesor busca llamar la atención como sea. Apoyémoslo, así sacará de la jugada presidencial a la A-Margarita.