EL PAN

FOTO: ADOLFO VLADIMIR /CUARTOSCURO.COM 

Hoy queda poco de aquel partido opositor


De los 50 a los 80 el PAN fue el único partido real de oposición en México, cuando serlo requería una vocación casi heroica ante las arbitrariedades del gobierno omnipotente y dueño de vidas y haciendas. Sus militantes, siempre escasos, seguían de manera mística la brega de eternidad postulada por Gómez Morín. Como era impensable su cooptación a puestos públicos, fueron profesionistas o empresarios exitosos, capaces de sobrevivir al error de vivir fuera del presupuesto. Por eso su partido contó siempre con los mejores abogados, listos para poner en aprietos insalvables a sus adversarios.

Son legendarias las peleas en el entonces llamado Colegio Electoral, previo a la integración de las Cámaras, donde sus polemistas hacían sudar sangre a los priistas acostumbrados a imponer sin razones. La tozudez de Luis H. Álvarez fue razón de su despegue electoral, en San Luis Potosí, y de ahí en adelante lograron meter legisladores, aunque en muy corto número, a la Cámara de Diputados.

Forjaron generaciones de hombres y mujeres intachables, los Conchello, Vicencio, Hinojosa, Madero, Cantú, Correa Rachó, Ling Altamirano, entre otros, dejaron testimonio de decencia en el quehacer gubernamental, y legaron un prestigio a partir de un atributo: su honradez, tan extrañada hoy ante las tropelías incalificables de gobernadores y funcionarios escandalosamente enriquecidos en unos cuantos años de ejercicio.

Sin embargo, para su desgracia, se hizo realidad una profecía de Carlos Castillo Peraza, quien a partir del creciente éxito electoral dijo “ojalá que el poder no nos acabe el partido”. Su preocupación fue exacta.

La miel de los cargos atrajo a oportunistas, ajenos a la doctrina original, que pronto superaron la voracidad priista. Hoy queda poco de aquel partido opositor. Dejó perder su gran posibilidad de adecentar la vida política de México. Ya es parte de la jungla.