Elecciones, ¿todo es fraude?

 

Pasadas las votaciones, este buen pueblo olvidará las tropelías de sus candidatos, las que hoy nadie registra


Un tal Negrete, cuyo único mérito en la vida ha sido tirar patadas –como el “Cuauh” neomorelense–, será alcalde en Coyoacán; para lograrlo, acreditó una licenciatura con un título falso.

Del Cuauh, aspirante a Tlatoani cuernavaquense, cobró siete melones para aceptar la candidatura de un partido de propiedad privada que será su apoyo para llegar al sitial del Palacio de Cortés.

El Instituto Nacional Electoral (INE) pretende sorprender cuando concluye que “El Bronco” obtuvo 19 mil firmas ilegales, y que no debería participar en las elecciones.

Por similares causas nunca debió admitirse la candidatura de doña Margarita, esposa del expresidente Calderón.

En algún momento, el Consejo de “electoreros” nos asombrará con la información de que ni la Nestora, todavía sujeta a procedimiento judicial, ni Napito “el minúsculo”, igualmente sujeto a decisión judicial no cumplida, pueden ser candidatos en vista de que ambos ostentan nacionalidad extranjera.

Por ahora, Lorencillo dictaminó que no basta la Constitución para declararlos fuera de la jugada. Temor evidente al mesías.

El asombro será porque lo anunciarán después de los comicios, cuando, de hecho, no haya manera de rectificación, aunque exista el Derecho que llevaría a procedimientos legislativos engorrosos e interminables.

La apropiación partidista de reglas en el ámbito político ha terminado por convertir al INE en un ente inane, inútil, inservible, invidente e incapacitado para garantizar la certeza de los comicios que vienen.

El Instituto se ocupa en extender multas, contar anuncios, programar sistemas cibernéticos “apantallaidiotas”, viajar al exterior para exponer la infalibilidad de nuestro régimen electoral y analizar el futuro de las votaciones desde el café de la esquina.

Sin olvidar los estímulos económicos por tan excelente resultado.

Todo, mientras los partidos se despachan con la cuchara grande, convirtiendo la fiesta de la democracia en espantoso festín de carroñeros repartidores de los despojos del país en un ambiente sucio, de insultos rufianescos, difamaciones y mentiras que los vigilantes de la pureza en los votantes y votados contemplan sin despeinarse.

Si en la estimación popular, el gobierno de Enrique Peña Nieto ha sido el peor de nuestra historia contemporánea, el INE se lleva las palmas por sus desaciertos y la extrema cobardía con que actúa ante amenazas y riesgos. Cierto, los ilustres miembros de ese munificente organismo, hacen su tarea, la de ellos, sin despeinarse.

Pasadas las votaciones, este buen pueblo olvidará las tropelías de sus candidatos, las que hoy nadie registra. Quedará en ellos la responsabilidad y la culpa. Lorencillo y sus huestes, la historia ya los está juzgando…