Ernesto Hernández Doblas, la herejía como poesía

 

Él es un Sísifo enloquecido con algo de Narciso


Carlos Rojas Martínez/ CULTOS Y MOCHOS

Un escritor que se divierte con las lenguas viperinas, tan abundantes en la burocracia cultural; un escritor que se regodea con las gordas carnes de las musas; un escritor que escribe con sangre, carne y desprecio; pero lo más sorprendente es que ama; un escritor que se llama Ernesto Hernández Doblas.

Nació en Morelia en 1971; comenzó su oficio de tinieblas como lo hacen los grandes, leyendo e intentando decir describir-destruir la rosa (negra) de la poesía, como él (nunca el mismo) dice: “En los comienzos de la poesía, en los pininos llorones, en las primeras palabras que balbucea la palabra, el poeta nomás se deja ir de a pechito sobre los pechos Coatlicue de la Diosa Poesía y se pega a ellos como becerro de Roma. Es más, y es menos, pero más o menos, de todos modos, la letra con sangre sale y se indaga en esos laberintos con más entusiasmo que otra costra”.

La ciudad-laberinto pertenece al poeta y en ella tiene su reino, un reino donde los decapitados andan muy orondos sobre sus cabezas; un reino en el que las princesas son calipígicas y los bufones transgéneros.

Avanza en su trayecto de tropiezos y aciertos, sin bastón ni bombín; el poeta está desnudo, no siente vergüenza, camina con el pecho inflamado; el poeta es un dragón, su palabra expresa fuego siempre cambiante, constante. Un destructor, un crítico porque ¡qué miseria más grande, un escritor que no escribe!

¿De qué está hecho Ernesto? De música ligera que rebota en la piel de los eunucos, de lecturas-madrugada que filosofan con los perros, de ternura invertida, de mitologías de alcantarilla, porque ahí se esconden los deseos. También el teatro lo constituye, lo complementa, heterodoxa máscara la del poeta, el público pregunta ¿ríe o llora?

Penetró en el cine, literal y literario. Los límites están marcados desde el nacimiento; Doblas, como buen prestidigitador, pide que le aflojen más la cuerda, al final, la caída se disfruta; él es un Sísifo enloquecido con algo de Narciso.

“De costa a costa, se comunican invisibles telegramas que el prospecto va tomando al pie de su letra (que le da el pie y se toma la mano que trae ases bajo la manga de once varas), sin saber aún que lo que hace falta, en realidad, es poner a bailar a las palabras sobre brasas e insomnios”. Así se describe Hernández Doblas; él sabe que presentar, hablar de un poeta es un ejercicio suicida, pero vale la pena, no la gloria:

“Soy Poeta, se repite el Poeta hasta que de verdad se la cree, hasta que ve poesía hasta en la sopa, hasta que en verdad nos dice su verdad más íntima y no por ello menos nuestra”.

LIBROS: Bitácora clandestina (1998); Oscura luz (2002); Lugar de muertos, prólogo de Gaspar Aguilera (2008); Museo de musas (2009).

@CalicheCaroma