Espionaje estilo mexicano

 

Los espías que tanto angustian a nuestros próceres de la letra


Cuando “El Che” Guevara cayó en Bolivia, hubo una sucesión de hechos que trajeron hasta México tanto su diario de campaña como, creemos, las manos que le habían sido mutiladas por orden del presidente René Barrientos.

Eran las pruebas que requerían los organismos de espionaje e intervención de Estados Unidos. Se intentó preservar todo, pero nunca se pensó en el ministro de Gobierno, Antonio Arguedas, que en un recorrido infame, herido de una pierna y manejando un incómodo yeep, atravesó la zona desértica se adentró en Chile y de allí viajó a nuestro país.

Por la importancia del personaje y sin saber todavía del rescate de las reliquias mencionadas, se le alojó en el Hotel Virreyes, en San Juan y Arcos de Belén.

Para mi agencia, la cubana Prensa Latina, el asunto era de la más grande importancia, así que sin saber cuál sería la reacción de Arguedas, me presenté en el hotel pidiendo hablar con él.

Tanto en el piso bajo como en el que correspondía a la habitación del exministro boliviano, había varios agentes de la DFS que no conocía por nombre, pero los había encontrado en distintos actos políticos. Pensé que el diálogo con Arguedas iba a ser imposible pero no, el que estaba prácticamente dentro de la habitación, gentil e inesperadamente avisó que mientras hablábamos tomaría un café.

La charla fue un tanto barroca, el boliviano no podía tener seguridad de que hablaba con quien podía suponer “un agente cubano”; conforme transcurría la charla el exfuncionario se soltaba más, y revelaba datos si no tan valiosos como para parar prensas, aún menos para tomar ubicación en el mundo del espionaje.

Años después, muchos años, mi amigo Rogelio Hernández López, tropezó con el informe de esa visita, en la que se anotaba con sencillez mi presencia y la posterior visita del reportero de la revista Siempre, José Natividad Rosales.

En ningún momento en el registro guardado en el Archivo General de la Nación, se relaciona con política, o quizá subversivamente, la reunión de los periodistas con Arguedas. Ese es el nivel de nuestros espías que tanto angustian a nuestros próceres de la letra.

A la “inteligencia nacional”, le pasó de noche la importancia de Arguedas, al que le permitió días después salir rumbo a Cuba, donde entregó lo que había rescatado. Lo vi transcurridos muchos meses, un tanto desubicado, sin una función o proyecto futuro definido… luego, sencillamente desapareció y se dice que murió sin pena ni gloria.

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