Instituciones y estupidez

 

Los vicios de la democracia demeritan la eficiencia institucional


Cuando la mendicidad se hace presente en los hombres y las mujeres que dicen dedicarse al ejercicio político, el daño ocasionado nunca lo asumen ellos, sino las instituciones. Hay quienes afirman que esas instituciones son ya arcaicas y que no sirven de mucho para los álgidos tiempos que estamos viviendo en el país, pero en lo personal disiento de ello, porque si de algo podemos vanagloriarnos es que quienes se encargaron del diseño y operatividad de dichas instituciones, después de la etapa conocida como Revolución Mexicana, fueron hombres de Estado con una clara visión de futuro.

Nuestro sistema político y el sistema de partidos son la mejor muestra de ello, aunque los vicios de la democracia demeritan muchas veces la eficiencia institucional a causa de las deficiencias de los hombres y las mujeres que los dirigen.

Por eso han permanecido en el tiempo con la posibilidad de renovarse constantemente, porque el sistema fue planeado y planteado como una de los mejores formas de organización social, aunque la representación sea uno de sus mayores defectos, producto de la mendicidad natural del ser humano.

Cuando Andrés Manuel López Obrador mandó “al diablo a las instituciones”, lo que en realidad cuestionaba eran las conductas humanas que le otorgaban rumbo y dirección a las decisiones gubernamentales.

Claro está que una vez que alcanzó la titularidad del Gobierno de la Ciudad de México cambió diametralmente su visión del esquema gubernativo y comprendió que las instituciones son buenas o malas, eficientes o deficientes, de acuerdo a la voluntad de quien las encabeza. Así de simple.

Por mucho que denueste a las instituciones electorales a causa de las derrotas que ha padecido el Movimiento de Regeneración Nacional, no existe hasta ahora ningún entramado gubernamental operativo, o autónomo que pudiera ser más eficiente, de ahí que ahora prefiere mandar al diablo a quienes encabezan esas instituciones que antaño tanto cuestionaba.

Lo único que ha demostrado el señor López Obrador es que esas instituciones que tanto ha cuestionado, siguen estando vigentes.

Pese a esa fortaleza, si algo ha hecho un terrible daño a nuestros cimientos institucionales es esa persistencia de nuestros políticos opositores por criticar a las instituciones como si fueran entes con vida propia, y no a quienes las encabezan y propician su mal funcionamiento. Esa generalización es lo que más daño causa, pero forma parte de un discurso cuyo emisor parece no entender a cabalidad que los responsables son simplemente hombres y mujeres con virtudes y defectos.

Pero también hay que aceptar que cada día que pasa la gente cree menos en las instituciones, y ese fenómeno es producto del desgaste discursivo oficial, y el antisistémico de las oposiciones. Los excesos de los hombres y mujeres en la toma de decisiones impactan principalmente en los sectores poblacionales proclives a la seducción verbal de quienes señalan que con el simple cambio de siglas partidistas las cosas tendrán otra dinámica más eficiente. Insisto, no son las instituciones, son los entúpidos hombres y mujeres que no entienden que destruyéndolas lo que sigue es el caos. Al tiempo.

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