Uno pensaría que está borracho o drogado, pero no, no lo está

 

La medida del señor Trump no tiene pies ni cabeza


Lo distinguir entre Islam y extremismo islámico, entre musulmanes y fundamentalistas islámicos, como ha empezado a ocurrir en el discurso de Donald Trump, constituye una postura absurda, torpe, ignorante y, sobre todo, peligrosa. Impulsar políticas en ese sentido pondría a Washington abiertamente en contra de mil 600 millones de personas a lo largo y ancho del planeta, la inmensa mayoría de las cuales no milita en, ni simpatiza con, organizaciones yihadistas.

Eso, por no mencionar la difícil conciliación de un gobierno estadounidense abiertamente hostil al Islam, con la necesaria relación de Estados Unidos con países de mayoría musulmana que han sido  aliados estratégicos de Washington o de las potencias occidentales europeas.

Países como Arabia Saudita, Omán, Kuwait, Yemen, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahrein, Argelia, Marruecos, Senegal, Túnez, Egipto, Nigeria, Mali, Libia, Bosnia Herzegovina, Pakistán, Bangladesh, Malasia, Indonesia, Albania y Kosovo, por sólo mencionar algunos. Además, la política resultaría impracticablel, en virtud de que existe un registro de la nacionalidad de las personas, registro que permite la generación de pasaportes, pero no hay un registro de la religión que profesan las personas.

La medida del señor Trump se toparía con el gravísimo obstáculo de que ni todos los árabes son musulmanes, ni todos los musulmanes son árabes, fenómeno que se reproduce con los turcos, los afganos, los indonesios, los nigerianos, los paquistaníes, los libaneses, los bengalíes, los bosnios y muchos otros más. Donald Trump podrá saber si un individuo es de nacionalidad saudita o qatarí o tunecina o marroquí, pero no podrá determinar si ese individuo es musulmán o no. La medida del señor Trump no tiene pies ni cabeza y, desde luego, no es propia de un candidato presidencial con un mínimo, ya no digamos de seriedad, sino de capacidad intelectual.