Jerusalén: la provocación inútil de Donald Trump

 

Trump está dinamitando un proceso de paz ya de por sí lastimado


En 1947 a través de la resolución 181 la Asamblea General de la ONU se intentó resolver el conflicto palestino-israelí mediante la creación de dos estados, uno para los judíos y otro para los árabes palestinos manteniendo a Jerusalén como una ciudad con estatus internacional gobernada directamente por la ONU.

Esta propuesta no prosperó y lo que en la zona ocurrió fue el estallido de varias guerras que tuvieron entre sus consecuencias, el control militar total de Jerusalén por parte de Israel. Jerusalén es una ciudad sagrada para las tres grandes religiones monoteístas del planeta. Para el cristianismo, porque ahí se encuentra la Basílica del Santo Sepulcro, para el judaísmo porque ahí se encuentra el Muro de los Lamentos que es lo único que queda de lo que alguna vez fuera el Templo de Salomón y para el islamismo porque ahí se encuentra la Cúpula de la Roca y la Mezquita Al Aqsa. Aunque Israel ha sostenido que Jerusalén es su capital, el carácter sagrado de la ciudad para otros actores afectados e involucrados en el conflicto en Oriente Medio había hecho que hasta esta semana, ninguna potencia reconociera la capitalidad israelí de Jerusalén y todas mantuvieran sus embajadas en la ciudad de Tel Aviv.

La decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel secunda la estrategia del primer ministro, Benjamín Netanyahu, en el sentido de impulsar la multiplicación de asentamientos judíos en tierras que teóricamente deberían de ser para un estado palestino haciendo que con el tiempo la solución de dos estados sea materialmente imposible y los palestinos se enfrenten a un hecho consumado. Con esta decisión Trump está dinamitando un proceso de paz ya de por sí lastimado y está azuzando el incremento de la violencia en un conflicto en el que desafortunadamente ésta no necesita que nadie la azuce.

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