La conexión rusa y la obsesión negacionista de Trump

 

Para Trump cualquier referencia es una maniobra dolosa de manipulación informativa


Sobre la supuesta conexión entre sus más cercanos colaboradores y el gobierno de Vladimir Putin, Donald Trump siempre ha negado toda acusación aduciendo que esas versiones no son sino una jugada sucia y calumniosa en su contra, perpetrada por sus enemigos políticos y desde luego también por la perversa y malévola prensa que, a su juicio, siempre ha conspirado contra él. Para Donald Trump cualquier referencia a los vínculos de sus colaboradores con altos oficiales rusos constituye una maniobra dolosa de manipulación informativa. La evidencia sin embargo indica otra cosa. Primero fue el general Michael Flynn que tuvo que renunciar al cargo de consejero de seguridad nacional por haber negado haberse reunido con el embajador ruso en Washington, situación que más tarde se comprobó que sí ocurrió.

Después fue el fiscal general Jeff Sessions que ahora está bajo investigación del FBI por presuntamente haber cometido perjurio al haber declarado bajo juramento en el Senado que no se había reunido con Sergey Kislyak, embajador de Rusia ante Estados Unidos, cuando hay pruebas de que sí lo hizo. Y ahora surgieron evidencias de que Paul Manafort, quien fuera jefe de campaña de Donald Trump, fue también entre el 2005 y el 2009 el cabildero encargado de promover los intereses del Kremlin en Washington a cambio de 10 millones de dólares anuales. La conexión rusa de Trump no ha hecho sino intensificarse y, contrariamente a los deseos del presidente, está muy lejos de quedar en el olvido. De hecho hoy por hoy, la figura de Donald Trump, más que a la Casa Blanca, al río Potomac o al Lincoln Memorial, parece remitirnos a la Plaza Roja, al Teatro Bolshoi o a la Catedral de San Basilio.