La crisis de los priistas

 

El PRI será la quinta fuerza en la Cámara de Diputados


Después del 1 de julio pasado, el PRI se convirtió en un partido pequeño y poco importante. Su candidato presidencial obtuvo apenas 16.4 por ciento de los votos, sólo ganaron siete de sus 300 candidatos a una diputación federal y ocho de sus candidatos a una senaduría de mayoría; no ganó uno solo de sus nueve candidatos a gobernador. A partir del 1 de septiembre venidero, con 45 legisladores el PRI será la quinta fuerza en la Cámara de Diputados, después de Morena (191), PAN (81), PT (61) y PES (56), y la tercera en la de Senadores, con 14 legisladores, después de Morena (55) y PAN (23).

Así, estamos atestiguando la debacle –no sé si la muerte– del partido que desde 1930 a 2000 se apropió de la Presidencia de la República y que durante décadas controló todas las gubernaturas, el Congreso Federal y todas las legislaturas locales.

Del PRI que soportamos varias generaciones de mexicanos no queda mucho y, a juzgar por la manera en que han reaccionado sus más prominentes militantes desde la elección de Andrés Manuel López Obrador, quién sabe si sobreviva la crisis en que está inmerso el otrora partido de Estado que hasta los colores de la bandera nacional se apropió para su logotipo.

La crisis del PRI no se ve de fácil solución, sobre todo porque los más distinguidos priistas también están inmersos en una crisis personal que les impide actuar con el aplomo que antes, cuando eran poderosos, los caracterizaba.

No saben qué decir, no saben cómo explicar el porqué del desastre que vivió su partido, no saben cómo articular los planes que seguirán de hoy en adelante.

Peor aún, son incapaces de defender los logros, porque los hay, del gobierno del presidente saliente Enrique Peña Nieto.

Abundan los ejemplos que muestran qué tan desorientados e inseguros están los más importantes militantes del PRI.

Por ejemplo, hace un par de días, al pronunciar un discurso con motivo del año escolar, el secretario de Educación Púbica, Otto Granados Roldán, hizo una muy tibia defensa de la Reforma Educativa, la cual ha mi juicio es uno de los principales logros del gobierno de Peña Nieto. En vez de explicar los grandes beneficios que representa esta reforma, Granados se limitó a mencionar números que muestran los avances logrados en la materia, pero olvidó explicar de qué manera están siendo beneficiados los niños de hoy y mañana. El avezado político de origen salinista no defendió la Reforma Educativa con la pasión y convicción que el tema exige. Tal vez, con el ánimo de no confrontar al próximo gobierno, prefirió mostrarse como un funcionario débil y no comprometido con su causa.

En lo que queda del sexenio los priistas deberían presumir lo que sí hicieron bien y aceptar sin titubeos lo que hicieron mal. La actitud vergonzante que han asumido sólo contribuirá a hundir más a su partido.