La espada de Atila

 

El autor cuenta los hechos bélicos con vehemencia


Sergio Rojas Ramírez/LECTURAS A LA DERIVA

El autor de novela histórica tiene poca libertad para desarrollar su imaginación porque carga sobre sí el compromiso de contar la verdad del suceso trascendente; en cambio, su lector recibe en gran parte digerido el pacto ficcional del historiador-novelista, porque sólo debe acceder a la ambientación y a las secuencias del relato para recrear, con detenimiento, los atractivos intersticios entre lo que pudo ser real y la contribución imaginaria del narrador.

En el caso de La espada de Atila, la intriga está muy bien desempeñada, porque Michael Curtis Ford aprovecha la polémica información sobre los nómadas hunos y la personalidad de Atila (395-453), ya que cubre con ficción los “hechos” en torno al supuesto empate en la batalla de los Campos Cataláunicos en el año 451; en este sentido, los estudios históricos no abundan en tales hechos. Tras las batallas de los hunos, comandados por Atila, contra visigodos, galos y alanos, organizados por generales romanos dirigidos por Flavio Aecio (396-454), abundan informes escuetos de testigos romanos y griegos que escribieron sobre los encuentros entre Atila y Flavio, el problema es que favorecen a este último con toda intención.

Curtis Ford escribió una biografía heroica donde domina la intriga temporal de la narración, la cual se funda en la intercalación capitular del relato: la primera y la última, de las tres partes en la novela, cuenta sobre unos días relacionados al sitio de los romanos acorralados por los hunos; la parte intermedia del libro narra la juventud y madurez de Atila, pero en relación con la vida de Flavio; es decir, su vida juntos, luego de encontrarse de adolescentes en Ravena, hasta que regresan a su lugar de origen.

Las reflexiones de los personajes, orientados al horizonte contrario, son un atractivo para el lector, porque es ahí donde se conciben como contendientes de la Historia. El autor cuenta los hechos bélicos con vehemencia, pero también alcanza cierto grado de intimismo cuando se introduce a los ambientes, tanto citadinos como a los paisajes esteparios; ahí es donde el lector considerará incluirse: se desplaza en el lindero entre la posibilidad histórica y la Historia, junto al narrador.