La historia sin fin…

 

Cada desgracia, cada azote de la naturaleza o cada descuido humano, nos lleva siempre a la convicción momentánea de que ese pozo y es la figura usual, debemos taparlo antes de que caiga otro niño. Es la historia sin fin, una historia que hoy encontramos en manos del destino, de la suerte. Muchos años he […]


Cada desgracia, cada azote de la naturaleza o cada descuido humano, nos lleva siempre a la convicción momentánea de que ese pozo y es la figura usual, debemos taparlo antes de que caiga otro niño.

Es la historia sin fin, una historia que hoy encontramos en manos del destino, de la suerte.

Muchos años he soñado con un monumental museo equiparable a los iconos universales, El Prado, el Louvre, el Hermitage, pero el incendio en el extraordinario museo de Río me ha convencido de que no estamos preparados para tales emprendimientos.

Imaginaba el Palacio Nacional de ninguna manera como refugio del nuevo conquistador de la indiada, de nosotros los habitantes del antiguo Cuerno de la Abundancia, como sede de la gran concentración de nuestras más importantes joyas históricas.

Documentos, obras de arte y toda suerte de ejemplos del ingenio de los habitantes del país, de su riqueza y su ciencia desde los más remotos tiempos.

México en un solo sitio sin que los interesados debiesen correr de un lado a otro para unir pedazos que finalmente no les dijeron lo suficiente.

La hoy CdMx es una de las capitales que en el mundo cuenta con el mayor número de museos. Son de todo tipo, en variados estilos y con curadores muy calificados. Posiblemente sin exagerar, todos.

Hay determinados recintos que fueron construidos ex profeso y que en el momento de las muestras son imposibles de apreciar.

Y resulta interesante decirlo desde la perspectiva de quienes padecemos alguna discapacidad visual: ventanales para darle luminosidad a las piezas en exhibición, pero que por su orientación enceguecen, más que iluminan. Son varios y son modernos.

Me entero, por oportunas declaraciones de quienes tienen a su cuidado estos tesoros nacionales, que no hay presupuestos para asegurar piezas o recintos. En una capital sísmica la protección, por ejemplo, del Museo Nacional de Antropología, es tan costosa que ninguna autoridad lo ha considerado. Eso afirman.

Resulta claro que este tipo de tesoros no son sustituibles ni cuantificables en términos económicos. Pero es muy importante destacar que el hecho de asegurar un lugar como el soñado, obliga a la adopción de instrumentos, protocolos y más, que pretenden hacer imposible una desgracia.

Y eso sería una cierta garantía de que nuestro pozo estaría tapado y con cierres herméticos. Pero debo decirlo: no confío en las actuales ni en las futuras autoridades, ocupadas en grillarse mutuamente y tampoco me fío de las aseguradoras
demostradamente tramposas hasta para pagar un simple choque callejero.