La muerte dulce

 

El halago debilita y los clamores de las masas sólo impiden pensar y escuchar de verdad


No hay peor muerte para un político y sobre todo para un presidente, que la muerte dulce. Y es que, el halago debilita y los clamores de las masas sólo impiden pensar y escuchar de verdad el rumor de los pueblos.

Cada vez que escucho los mensajes lanzados al viento como si las cosas realmente estuvieran funcionando muy bien y no tuviéramos los problemas que actualmente tenemos pienso: ¿en qué país viven nuestros gobernantes? La reciente reunión del Consejo Político Nacional del PRI es notoria y notable. Reconozco la asunción de la verdad en el discurso presidencial, porque en efecto hay malestar, hay descontento y las reformas están en peligro.

Sin embargo, entre los coros que aclaman es complicado identificar una voz que haciendo uso de la necesaria –y en el caso priista imprescindible– lealtad presidencial, le pueda ayudar a nuestro mandatario a salir de donde está metido.

Actualmente el mundo es un problema y mire hacia donde mire la gente atravesamos por muchas dificultades. Sin embargo, no hay que confundirse, porque lo menos relevante en este momento –y en eso estoy de acuerdo con el Presidente– es saber quiénes serán los candidatos para la próxima contienda electoral rumbo a Los Pinos, ya que el problema real es el proyecto sobre el cual lo pretendan hacer.

Estoy de acuerdo, no tenemos un proyecto definido y en 2018 –salvo que todo el mundo le esté haciendo la campaña gratis a López Obrador– lo que menos importa son los nombres, puesto que lo verdaderamente relevante es saber todo lo que hará con México aquel o aquella que logre conquistar la silla del águila.

Los partidos políticos y la clase política ya son una especie en extinción y deben saberlo. Se han ganado por derecho propio el rechazo de sus pueblos. Aunque algunas veces las reacciones que tenemos frente a la situación que estamos viviendo en nuestro país, me recuerdan a las de algunos pueblos que a lo largo de la historia no supieron comprender a tiempo que los excesos verbales y discursivos de una campaña electoral podían de verdad llegar a cumplirse.

En definitiva el PRI y todos aquellos que asumen que nuestra vida depende de los aciertos de un presidente –que afortunadamente sólo dura seis años– deben entender que la mayor deslealtad es saber que las cosas no van bien y, no obstante, seguir aplaudiendo la equivocación simplemente porque lleva la banda en el pecho.