La pesadilla de Roxana

 

Más que sueño americano, lo suyo fue una fuga forzada por las amenazas de muerte y la violencia en su país


Roxana cruzó todas las fronteras, desde San Pedro Sula, en Honduras, hasta poner sus pies en Estados Unidos para pedir asilo. Más que sueño americano, lo suyo fue una fuga forzada por las amenazas de muerte y la violencia en su país. Tres mujeres transgénero, como ella, habían sido asesinadas en su tierra. A sus 33 años la alcanzó la pesadilla y acabó con la vida de esta indocumentada que marchaba por tercera ocasión con la Caravana Viacrucis de Migrantes Centroamericanos. Murió tras pescar una enfermedad de vías respiratorias en uno de esos bestiales confinamientos migratorios conocidos como las “hieleras” que, como una forma de tortura más, se mantienen a temperaturas bajo cero.

Tal vez Roxana no era su nombre real ni Hernández su apellido, porque mujeres trans, como ella, tienen que ocultar su identidad, recorrer en anonimato no deseado cientos de kilómetros y parapetarse en medio de una multitud de hombres, en compañía de más 300 niños y otras 400 mujeres.

Cuando pasó por la Ciudad de México, Roxana contó su historia entre muchas más de la violencia que desgranaron los migrantes, acompañados por indígenas mexicanos y de la numerosa comunidad LGBTT, que no puede permanecer activa y en paz en países centroamericanos, acosada por maras y otros grupos delincuenciales, como las policías y los ejércitos que también persiguen a los “diferentes”.

Esta caravana no es de migrantes, sino de fugitivos, definió un escritor en un breve conversatorio en la Casa Refugio Citlaltépetl, donde se recordó el paso de la marcha migrante por México el 10 de abril. Ellos no migran. Ellos huyen de la violencia, el hambre y la persecución. Para su desgracia, la vida de una mujer trans, hondureña e indocumentada puede no valer más que el papel donde se escribe su nombre, dijo.

El caso de Roxana tal vez ni siquiera destaque en los medios donde sí tienen la atención mundial miles de migrantes que desde el Medio Oriente y África atraviesan montañas, ríos y mares hacia Europa, como ahora mismo un barco, el Aquarius, al amparo de Médicos sin Fronteras, al que se le prohibió atracar en algún puerto italiano, con todo y sus 629 refugiados africanos que venían a bordo (7 mujeres embarazadas entre ellos), y mejor el gobierno de la derecha lo remitió a España y le dio un poco de ayuda solamente en altamar.

Martha Sánchez, dirigente del Movimiento Migrante Centroamericano, describió el círculo perverso de los países ricos, que primero despojan de sus recursos a los pueblos y luego les molesta que lleguen a sus fronteras los pobres que se ven obligados a migrar porque perdieron todo.

Ella recién visitó la ruta migrante desde Libia hasta Europa y constató cómo pueblos de países mediterráneos prefieren ya no comer pescado, pues sienten que están ingiriendo parte de los cientos de humanos que han muerto en naufragios o barcos a la deriva en busca de asilo europeo. Las mafias de Calabria, como aquí los maras o los zetas, se encargan de traficar o explotar a los indocumentados. En Italia, en España, hay albergues, pero operan en la absoluta clandestinidad y los sacerdotes que los dirigen están amenazados de muerte.

El fotorreportero Antonio Turok recordó que en los años 80 pudo captar la tragedia de 80 niños muertos en tan solo un par de días, cuando llegaron a suelo mexicano desde Guatemala. “Eso me destroza por dentro. Pero nada ha cambiado desde entonces”, deploró.