La profecía de Solalinde

 

Había dicho con insistencia: que en Veracruz había más fosas clandestinas y más cuerpos enterrados que en Tamaulipas


Eran los primeros meses de 2011 cuando el padre Alejandro Solalinde, quien se había entrevistado con el gobernador veracruzano Javier Duarte y su secretario de gobierno, el panista Gerardo Buganza, me reiteró lo que varias veces me había dicho con insistencia: que en Veracruz había más fosas clandestinas y más cuerpos enterrados que en Tamaulipas.

Su profética aseveración se ha visto confirmada con el tiempo y continúa siendo corroborada día con día. Unos 500 cuerpos han sido hallados bajo tierra en sitios como Colinas de Santa Fe, en el puerto de Veracruz, y en El Arbolillo, comunidad del municipio de Alvarado en donde los 176 cráneos que aparecieron en estos días recientes parece que estaban ahí desde hace dos años, cuando una primera búsqueda, obviamente incompleta, arrojó 47 cadáveres.

“Yo le dije al presidente (Felipe Calderón) y al gobernador Duarte que había qué buscar en un sitios específico de Veracruz, donde la delincuencia tiene todo tipo de instrumentos para deshacerse de los indocumentados, enterrarlos, cortarlos en pedacitos y disolverlos en ácido, quemarlos en tambos. Se lo comenté a los obispos de la región y uno de ellos me dijo: ‘no es un solo sitio, son dos’”, refería el defensor de migrantes.

Solalinde había escuchado testimonios de migrantes que lograron escapar de esos campos de exterminio y sobrevivir, lo mismo de San Fernando, en Tamaulipas, que en el Istmo de Tehuantepec, en Veracruz o en el trayecto que sigue hacia el norte. Las mafias marcan con hierros candentes a sus víctimas, como reses, las llevan a casas de seguridad y de allí las distribuyen para toda la industria, como trata y explotación sexual o laboral, tráfico de drogas, tráfico de órganos.

“Perdón por la comparación, no quiero ser ofensivo, pero son tratados como vacas que entran al rastro y deben aprovecharse todas sus partes. Del migrante todo es aprovechable. Son tantas las víctimas, que algunas tienen qué ser sacrificadas, algunas disueltas en tambos de 200 litros y otras enterradas en fosas clandestinas para que no se les acumulen los cadáveres”.

En este frenesí criminal no son inocentes policías municipales ni agentes de migración, quienes hacen redadas de indocumentados y luego los entregan a grupos delincuenciales, como los zetas, me decía Solalinde hace más de siete años.

Algo anda mal o peca de cojera en la lista elaborada por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en cuanto al hallazgo de 1,307 fosas clandestinas con casi cuatro mil cuerpos en todo el país, pues coloca correctamente a Veracruz como el primer sitio de los entierros clandestinos, para luego hablar de Chihuahua, Sinaloa, Zacatecas y Jalisco en cuando a número de fosas y a Jalisco, Nayarit, Zacatecas y Chihuahua en orden de aparición de cuerpos bajo tierra. No aparece Tamaulipas en esos primeros sitios pese a que, solamente en los primeros meses de 2011, aparecieron 280 cuerpos en el municipio de San Fernando. Además de los 72 migrantes asesinados y dejados en un terreno baldío en agosto de 2010.

Los conteos hemerográficos siempre son superiores en número que la relación basada en actas ministeriales. Ello muestra, más que descuido, un menosprecio respecto del fenómeno que se inscribe dentro de la cifra de 38 mil desaparecidos oficialmente reconocidos en México. Indudablemente son muchos más, por falta de denuncia, por omisiones en la estadística, por registros parciales y por todos los factores sobre los que reina la impunidad.