¿Por qué nadie nos enseñó esto (ahorrar)?

 

Es un hecho: en México no tenemos educación financiera


LAURA CORDERO/REVISTA CAMBIO

“Lo único que nos salvará es el ahorro voluntario”, leí en octubre de 2016 y me quedé fría. Estaba leyendo el reportaje “Generación Afore”, de Alejandra del Castillo, publicado  en esta revista. El texto habla sobre aquella generación que comenzó a trabajar y a cotizar después de 1997, cuando la crisis económica del país llevó a modificar la Ley del Seguro Social y se creó el Sistema de Ahorro para el Retiro (SAR) y las Afores (Administradores de Fondos para el Retiro). En resumen, mi querida Ale me contaba que no sería una viejita pobre cuando me retirara, sino que desde ahora soy pobre.

En el año en que se modificó esa ley, yo tenía 11 años, por supuesto que no tenía la menor idea de qué iba todo. De hecho, a mis 31 tampoco lo entiendo muy bien. Sólo sé que ante la falta de prestaciones en prácticamente todos mis trabajos, en mi retiro no tendré ni en qué caerme muerta.

Afortunadamente, si algo me ha enseñado trabajar en esta revista es que no sólo debemos dar a conocer el problema, también la solución, y en la página siguiente a este reportaje que me dejó con los ánimos por los suelos venía la esperanza. Se trataba de la columna de Ricardo Chavero, un asesor financiero –¡más joven que yo!– que hablaba de las diversas opciones que hay para poder sobrevivir al retiro.

El modelo de las Afore es una aportación mensual para aquellos trabajadores afiliados al IMSS o al ISSSTE. Pero, recordemos, las prestaciones no son el fuerte de mi generación, una que ya está acostumbrada a trabajar por medio de outsourcing donde en caso de tener algunos de estos seguros médicos, será con el propósito de cotizar con el salario mínimo. Es decir, si me retiro y dependo sólo de mi Afore, en el mejor de los casos tendré una pensión mensual de no más de 3 000 pesos.

Sin embargo, la segunda opción, la inversión a largo plazo, mostraba una cifra de seis ceros muuuuy atractiva para cuando mi cuerpo ya no dé para trabajar. El plan no sonaba nada mal, pero ¿y luego? No es que ya leyendo el plan ideal me convierta en millonaria. Primero, a largo plazo no eran 10 años, el largo plazo al que se refería era de 43 años y luego, pues justo, había que hacer ese “ahorro voluntario” del que me hablaba Ale. ¡Pffft!, esto va para mucho tiempo, aunque creo que valdrá la pena.

¡UN AUUUUUTO!

En mayo de 2014, comenzaba a ir por las mañanas a correr y Miguel, un gran amigo, me alentó a inscribirme a una carrera, incluso me acompañó a registrarme. Todo estaba listo: el 11 de mayo correríamos 5 kilómetros en una competencia organizada por una fundación que ayuda a mujeres con cáncer de mama.

Mi condición no era la mejor, pero yo estaba dispuesta a intentarlo. Antes de correr, supe que habría una rifa de un carro, metimos nuestro papelito correspondiente… y a correr se ha dicho. Terminamos la carrera y encontramos a dos amigos más, Mario y Laura. Platicábamos y estábamos por irnos; no obstante, Lau juraba que se ganaría el carro y que esperáramos a la rifa. Nos quedamos y pues sí, Lau se ganó el carro, pero no esa Lau sino ¡yo! Un niño sacó un papelito cuyo dueño o dueña jamás respondió, sacó un segundo papel y sólo escuché: 3995. Bajé la mirada con el fin de rectificar que era mi número y sí, era mi número de competidora, sólo pude decirle a Miguel: “Miguel, ¿soy yo verdad?”. Él asintió y brincamos de alegría, gritamos y corrimos hacia el pódium.

¡Un auto!, ¡me gané un auto!, uno que nunca manejé porque cuando intenté aprender me aterré y dije: “esto no es lo mío, y menos en una ciudad tan caótica”. A mí déjenme en el Metro que con todo y sus deficiencias creo que es el transporte más efectivo. El carrito se quedó guardado un tiempo hasta que se lo presté a un amigo en lo que encontrábamos quién lo comprara. Lo vendí y luego no supe qué hacer con el dinero. Se guardó en un cajón en casa de mis papás.

Después de leer el artículo de Ale y ver que necesitaba hacer algo para no ser pobre en mi retiro, pedí ayuda, sobre todo considerando el dinero que tenía guardado; pensaba  que si lo invertía en algo, quizá en un futuro rendiría más frutos, sin embargo aún no sabía qué hacer.

Definitivamente, la falta de educación financiera durante mis primeros 30 años de vida me tenía en la ignorancia total, incluso ni sabía a quién acudir. La respuesta estaba frente a mis ojos: eran las personas que había leído, específicamente, era Ricardo Chavero porque, como ya lo mencioné, es asesor financiero.

SIN CONCRETAR

La Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro (Consar) realizó en 2017 una encuesta sobre qué piensan los millennials mexicanos respecto al ahorro para el retiro, donde afirma que dentro de la Generación Afore (aquellos que comenzaron a cotizar a partir del 1 de julio de 1997) 20.5 millones de personas somos millennials.

Sí, 20.5 millones de jóvenes cuyo retiro laboral percibimos despreocupadamente lejano y por lo tanto a pocos nos interesa cómo viviremos de viejitos. Entre las conclusiones que emitió esta encuesta resulta que a los jóvenes sí nos interesa el tema de la jubilación, pero no realizamos acciones concretas y todo se queda en el discurso.

Lo peor, todos sabemos que debemos comenzar a ahorrar con el fin de tener una buena pensión, aunque el ahorro de largo plazo no es parte de nuestras prioridades. Entonces, ¿de dónde va a salir esa buena pensión? Bien lo decía Ale, nuestra salvación es el ahorro voluntario.

Ricardo hizo un análisis de los gastos que tengo por mes: renta, comida, pasajes, servicios, doctores, y por supuesto Uber, Netflix, Spotify, porque sí, si bien estos servicios se cobran en automático de nuestras tarjetas, es dinero que no vemos y no nos duele perderlo, sin embargo, el problema es que ya no regresa, de ninguna manera. Algo contrario a lo que pasará con mi dinero que desaparece aunque se va directo a mi fondo de retiro, pero ya me estoy adelantando.

Una vez que establecimos con cuánto dinero podría sobrevivir al mes, pagando todo lo que pago y dejando una pequeña cantidad como colchón para gastos imprevistos o un gusto que tenga de vez en cuando, lo restó de mi sueldo y me dijo cuánto dinero podría aportar mensualmente a un fondo de retiro, el cual se invertiría en la Bolsa de Valores –en México, por cada 100 habitantes, sólo 3.5 personas invierten en la Bolsa Mexicana de Valores; en Estados Unidos, de cada 100 son 60 personas.

La cifra estaba muy clara, podía aportar un poco más o un poco menos, era mi decisión. Opté por dejar un colchón para mis gustos un poquito más amplio porque uno nunca sabe cuándo anunciarán el siguiente concierto al que no puedo faltar. Sí, los conciertos son mi debilidad, y también los viajes.

Cada mes aportaría cierta cantidad de pesos a mi fondo de retiro, y por medio de una calculadora de interés compuesto, Ricardo me dijo que se sumaría un interés de acuerdo con la suma total de dinero que hay en la cuenta y no sólo con mis mensualidades. Ricardo me dejó con el ojo cuadrado. Para mi retiro, que él calculó a mis 55 años, la cifra de seis ceros se confirmaba. Sin embargo, si quiero que esta meta se cumpla no debo sacar ni un peso durante los próximos 25 años, tampoco debo dejar de hacer mi depósito ni un solo mes. Sí, 25 años es mucho tiempo; además, mantener esa aportación suena a un gran reto, y es que nada me asegura que en esos 25 años tendré un empleo que me permita abonar dinero.

Porque pueden pasar muchas cosas: lo primero, perder mi empleo, y no es que vaya a recibir una liquidación con qué mantenerme por tres meses en lo que encuentro algún otro trabajo. En este caso me sería imposible aportar alguna cifra. Puede ocurrir cualquier otra emergencia, como alguna enfermedad, o yo qué sé, miles de opciones que me dejen en números rojos. Ante este panorama catastrófico, Ricardo me previno: debes tener un fondo de emergencia.

El fondo de emergencia equivale a tener cierta cantidad de dinero que te permita vivir de manera regular durante tres meses –sí, el Inegi estipula este tiempo como estimado para encontrar otro trabajo–, de acuerdo con tu análisis de gastos que se hizo en un principio. Y pues antes de invertir se sugiere tener este fondo. Afortunadamente, yo ya lo tenía –¿del carro, recuerdas? Tampoco es que lo haya ahorrado sola–. Una vez que juntes ese fondo, ahora sí, a meterle al de retiro.

Uno de los mejores consejos que me dio Ricardo fue no invertir de la misma forma en la que estamos acostumbrados a ahorrar: primero pagamos deudas y nos regalamos algún capricho; si sobra, ahorramos. No, yo lo hice a la inversa, primero ahorro y, si sobra, ahora sí, me regalaré ese viaje a Islandia que se me ocurrió de último momento. Y pues en efecto, tengo en la mente ir a Islandia, pero por ahora tendrá que esperar porque últimamente no ha sobrado mucho dinero y primero está la inversión.

Por supuesto que el fondo de retiro no ha resuelto mi vida, no obstante, el fondo de emergencia está ahí por cualquier imprevisto. Pero como me gusta compartir las buenas lecciones, convencí a varios amigos, a quienes les conté esta misma historia y ahora ya tienen su fondo de retiro, y es que no es una cosa compleja, tampoco se trata de que todos abonen lo mismo que yo; es simple: deben calcular sus gastos y a partir de ahí ver cuál es la cantidad que pueden ahorrar.

Más fácil, les dejo el ejemplo que me dio Ricardo: “Si ahorramos 33 pesos diarios durante un mes –menos de lo que cuesta un café– y los invertimos durante la vida promedio del trabajador en México –un plazo aproximado de 43 años, pues en nuestro país empezamos a trabajar alrededor de los 22 años y la edad de retiro obligada es a los 65– esos 33 pesos diarios se podrían acumular de interés compuesto, a una tasa de crecimiento del 9 % y con ello estamos hablando de un retiro de 6 167 341 pesos”. Pero les tengo una mejor noticia, para llegar a tal cantidad ese dinero se habrá invertido en empresas mexicanas que sí, también emplean a mexicanos y mexicanas. Un círculo que suena muy atractivo.

¿Vas a comenzar a trabajar? No te compres ese café, prepáratelo en tu casa y mete esos 33 pesitos en un fondo de ahorro.