Leyendas sexuales. Hasta nunca, Hefner

 

Las mujeres fueron, básicamente, un accesorio


Hace unos días, medio mundo se volcó a comentar la muerte de Hugh Hefner, fundador de la revista Playboy. Mientras que en los medios de comunicación masiva se le tildó de “ícono pop” y “visionario”, en las redes sociales los hombres de a pie lo llamaron “educador sexual de los jóvenes”, y manifestaron su admiración y respeto por la manera en que el magnate estadounidense llevó su vida hasta alcanzar los 91 años.

Hubo incluso mujeres comunicadoras que alabaron la aportación del recién fallecido a la “liberación de la mujer”(¡!). Yo no pude sino presenciar con decepción el despliegue de adulaciones para un hombre como Hefner, que hizo de los cuerpos de las mujeres su negocio, y que contribuyó con su empresa a difundir como modelo aspiracional el estilo de vida (norte)americano mediante una de las herramientas más eficaces a fin de suavizar hasta al más rudo: la sexualidad.

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No hay que olvidar que Playboy nació en 1953, unos pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, y que colaboró con la masificación de la pornografía antes reservada para las tropas desplegadas en Europa. El entretenimiento para adultos comenzó entonces a convertirse en un jugoso negocio. Unos cuantos lustros después, la revista vio su auge en medio de la Guerra Fría donde, voluntaria o involuntariamente, fungió como herramienta propagandística de lo “sofisticado”, “liberal” y “glamoroso” que era vivir como estadounidense.

Es cierto que la publicación resultó innovadora en su aparición: lo que vendía era un nuevo modelo de hombre, uno que podía quedarse en su casa (a diferencia de los trabajadores o soldados que debieron salir de ella con el propósito de desempeñar su papel en la guerra), pero que debía hacerlo adueñándose de ese espacio y convirtiéndolo en una especie de guarida de soltero (aunque estuviera casado, pues). No es gratuita la inmensa fama de la Mansión Playboy, donde Hefner vivía rodeado de mujeres jóvenes, rubias y voluptuosas, y donde pasaba los días en pijama entre fiestas ostentosas de tono absolutamente sexual. ¿Qué hombre de los que lamentan la muerte del nonagenario no querría eso para sí?

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También es cierto que Hefner y su producto introdujeron a generaciones y generaciones de personas, principalmente hombres, en el tema de sexualidad. Esta es la parte más triste del caso. Las modelos de Playboy fueron, en su abrumadora mayoría, rubias de pechos grandes. Ese era el estereotipo que a la revista le interesaba vender, muy probablemente debido al gusto personal de Hefner, pero también porque era una muestra más del american way of life. Ese ideal de belleza totalmente anglosajón se grabó en el subconsciente de todos esos jóvenes y adultos que se acercaron al sexo mediante sus páginas. Y claro, se introyectaron en mujeres que, como yo, miraban intrigadas la revista y pensaban qué tanto sus cuerpos se parecían a los de aquellas impecables modelos.

Las mujeres fueron, básicamente, un accesorio para don Hugh. Todo indica que durante sus fiestas, estas conejita-igualitas estaban disponibles para los invitados casi igual que un whisky o unos pretzels de botana. Eran parte de sus posesiones, por eso las llevaba a vivir a la famosa mansión y tenían que “hacerle compañía” día y noche. Sí, se casó con algunas de ellas, pero ¿qué significado tenía el matrimonio para un hombre que promovió por todos los medios que tuvo a su alcance un estilo de vida de soltero?

No, aunque haya muerto no puedo destacar ninguna virtud en lo que Hugh Hefner hizo con Playboy ni con la imagen de las mujeres. Lo único que se me ocurre decirle es “hasta nunca”.

* Periodista especializada en salud sexual.

@RocioSanchez

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