Los periodistas “viajados”

 

El anecdotario de viajes, especialmente al exterior, es infinito, variado y festivo


No sé cómo sea ahora, pero cuando la fuente informativa de la Presidencia contaba con su propio avión para acompañar al mandatario en recorridos interiores como en excursiones extrafronteras, el viajadero era dos, tres veces por semana por la República y una o dos mensuales a extranjia.

El anecdotario de los viajes mencionados, especialmente al exterior, es infinito, variado y festivo. Se me viene a la mente el día que llegamos a Estocolmo, la capital de Suecia; mientras acomodaban a los visitantes (López Portillo y comitiva) a los periodistas nos encerraron en la sala del trono de la reina Cristina.

Sobre una pequeña pirámide alfombrada se encuentra un trono de plata maciza. Feo pero espectacular. Perteneció a la reina Cristina, una equivalencia a la Virgen de Guadalupe, intocable, divina, y de hecho una verdadera reina culta, que unió a los suecos, los puso en paz con sus vecinos y se apropió de vastos territorios sin mayor problema.

Protegió a los más preclaros pensadores europeos de su tiempo y al abdicar al trono se fue a vivir a Roma cuando había adoptado la religión católica renunciando a la de origen: el protestantismo.

Mientras esperábamos a que nos llamaran para la bienvenida oficial a la comitiva mexicana por parte de los reyes suecos, Gustavo Adolfo etcétera y su esposa, la brasileña Silvia, alguien decidió tomarse una fotografía sentadote en el trono real.

Retiró las cadenas que protegían al sagrado lugar y aposentó su plebeyo tafanario donde la reina Cristina había asentado su real traste. Tras ése compañero subió otro que hizo lo propio mientras algún fotógrafo de la comitiva que en lugar de estar donde debería nos acompañaba, registraba para la eternidad a los periodistas jugando al emperador.

Siempre lo han negado, pero me refiero a los queridos amigos Salvador Flores Llamas y el inolvidable Salvador Minjares cuya expresión siempre conciliatoria era: “Tienes razón, pero estás equivocado y te voy a decir por qué”. Y tendida como odalisca frente al trono, la bella Perla Xóchitl Orozco Weber. Todo iba bien, hasta que un alarido y gritos incomprensibles, nos hicieron entender que habíamos vulnerado algo sagrado. Calmada, la vigilante del lugar anunció que haría una reclamación diplomática… sólo la paciencia de Francisco Huerta y su inglés básico nos salvaron de un ridículo mayor.

Ocultamos el incidente muchos años. Hasta que un indiscreto, yo, lo publicó en una serie de textos memoriosos. Tal cual el presente.

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GG