Buendía, crimen de altura

 

Como cada año, recordaremos el día del asesinato de Manuel Buendía


Como cada año, recordaremos el día del asesinato de Manuel Buendía; el aviso lo recibimos de Luis Soto, cercano colaborador que también trabajaba en la oficina en la que yo prestaba mis servicios. Estaba en la librería Reforma, platicando con la propietaria, Angelita González, y en mesa vecina Juan Ibarrola, hombre con gran conexión en medios castrenses y en la Dirección Federal de Seguridad.

Escuché casi sin entender lo que me decía Luis: mataron al maestro afuera de su oficina.

Se lo dije a Juan, que de una petaca sacó un extraño teléfono al que luego de apretarle unas cuantas teclas, enlazó con el secretario de la Defensa, ya enterado del asunto; igual operación con el director Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla, del que respondieron que ya estaba en el lugar de los hechos.

Y no habían transcurrido ni 15 minutos del crimen, pero todas las instancias oficiales estaban enteradas y haciéndose las aparecidas en la oficina de Manuel Buendía.

En escasos diez minutos me apersoné en Insurgentes, donde todavía estaba tirado el cuerpo del periodista. Aunque se encontraba a unos metros de la entrada del edificio, no lo alcancé a ver. Subí por la escalera y me introduje al despacho donde llegaron simultáneamente “El Archi”, un federal pecoso y pelirrojo (como el de la caricatura) y otro con  cuerpo gorilesco, de apariencia chaparra pero no, cuadrado, fuerte como simio.

Sólo Luis y yo pudimos permanecer dentro del despacho significado en el directorio del edificio como MIA: Mexican Intelligence Agency, parodia de lo que pueden suponer.

Los agentes abrieron cajones y se llevaron muchos expedientes mientras interrogaban a Soto. Por mi parte, me encargué de responder los teléfonos, confirmando la noticia pero sin dar mayores datos: era algo que ni siquiera sabíamos cómo había sucedido.

Al paso del tiempo y analizado el asunto bajo muchas perspectivas y con enormes lupas, queda la pregunta si un policía, en este caso Moro Ávila, de la casa Ávila Camacho, asumiría porque sí la bronca de un crimen de ese tamaño.

Y si su jefe, Zorrilla, lo hubiese hecho.

Parece obvio que le ganaría, como de hecho fue, el descrédito total y el apuntamiento de responsabilidades a sus jefes: el titular de Gobernación, Bartlett, y el presidente De la Madrid. Por lo demás, no olvidemos la permanente denuncia de Buendía contra los agentes de la CIA en México y el descobijadero de curas de malas mañas realizado pocas semanas antes de su asesinato

[email protected]