Marchan madres: nada qué celebrar

 

Por enésima ocasión me sumo a una marcha de madres y otros familiares de ciudadanos que han sido desaparecidos en México


Por enésima ocasión me sumo a una marcha de madres y otros familiares de ciudadanos que han sido desaparecidos en México. Es inevitable renovar el dolor por la ausencia prolongada de las víctimas de ese delito de lesa humanidad que lastima, según cifras oficiales, a cerca de 35 mil personas, cuyo destino se ignora, pero que mantiene en eterno duelo a, por lo menos, cinco o seis integrantes de cada familia, lo cual da una cifra “espantable” de más de 200 mil mexicanos sumidos en la incertidumbre, metidos a la fuerza en el viacrucis que significa buscar a uno de los suyos en fosas clandestinas, depósitos forenses o bancos de ADN; pero sobre todo, en los vericuetos de una justicia siempre lenta y distante, insensible, poco eficaz, inepta, que no ofrece respuesta alguna a la demanda, mil veces coreada, del “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.

Este 10 de mayo, Día de las Madres, una caravana de madres, padres, hermanos y otros cercanos a las víctimas mexicanas de desaparición, iban del Monumento a la Madre al Ángel de la Independencia de la Ciudad de México, por séptimo año consecutivo, en la Marcha por la Dignidad Nacional / Madres Buscando a sus Hijas e Hijos, Verdad y Justicia.

Me encontré de nuevo con doña Yolanda Morán, doña Guadalupe Fernández, doña María Herrera y tantas más que no caben en este espacio y cuyo sufrimiento no cabe en sus propios corazones desde hace 9, 10, 11 años en que han buscado, incansable, terca, amorosamente, a sus hijos que fueron secuestrados y llevados a algún sitio desconocido. Sólo porque sí, porque la impunidad da permiso para desaparecer a seres humanos que nada debían a una delincuencia desatada o a una autoridad pasmada o cómplice.

Dan Jeremeel, hijo de doña Yolanda, era un ejecutivo de las Afores, quien fue a recibir a su madre, en días previos a la Navidad de hace nueve años, a la terminal de autobuses de Torreón, Coahuila. Nada se sabe de dónde fue llevado por sus secuestradores, oficiales del ejército en activo y desertores que se erigieron en banda. El teniente de caballería Ubaldo Gómez Fuentes fue detenido cuando manejaba el auto que le habían robado a su víctima. Con otros dos cómplices fue enviado a la cárcel y una hora después, los tres fueron asesinados y sus cuerpos quemados para silenciarlos y borrar toda huella del involucramiento militar.

El 25 de marzo de 2010 fue detenido en la ciudad de México el teniente Ricardo Albino Navarro y trasladado al Cereso de Torreón. Sobrevivió cuatro semanas, pues igualmente fue asesinado en la cárcel el 23 de abril. De Dan Jeremeel, ni sus luces hasta hoy, pese a las detenciones.

El joven ingeniero José Antonio Robledo Fernández fue llevado por varios hombres con rumbo desconocido en Monclova, Coahuila. Trabajaba para Altos Hornos de México y el grupo que se lo llevó era de Los Zetas, igual que el jefe de seguridad de la empresa. El cartel criminal tenía contratos de obra con Altos Hornos.

Conocí a doña María Herrera en Ciudad Juárez cuando llegó a esa frontera la Caravana por la Paz con Dignidad y Justicia.

Fue impresionante escuchar cómo cuatro de sus hijos fueron desaparecidos, dos en Atoyac, Guerrero (Raúl y Jesús Salvador Trujillo Herrera), y dos entre Poza Rica y Vega de la Torre, en Veracruz (Luis Armando y Gustavo). Compraban y vendían pedacería de oro y joyas por varios rumbos del país. Pero en México ya hay sitios intransitables por violentos, hoyos de impunidad donde cualquiera puede desaparecer.