Mares de cocaína

 

Hay una fingida guerra al narco, mientras florecen más sembradíos


Como si se tratara del título de un excelente y exhaustivo libro de Ana Lilia Pérez, publicado a finales de 2014, ahora mismo hay verdaderos “mares de cocaína” liberados de las bodegas temporales centro, sudamericanas y mexicanas en las que se mantuvieron guardadas toneladas de esta droga.

Subproducto de los acuerdos de paz, las mafias internacionales decidieron sacar de Colombia toda la cocaína posible mientras el gobierno y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) deponían las armas y terminaban con un conflicto bélico interno de más de medio siglo.

Junto con la apertura de las bodegas repletas del alcaloide en países con débiles instituciones de gobierno, se registró en 2017 la producción más alta de cocaína en la historia de Colombia: 3 mil 300 toneladas, casi el doble de las mil 700 que los cocaleros obtuvieron en 2016, muy por encima de cualquier pronóstico de los expertos.

La inundación de cocaína provocará una caída de precios en las calles de Estados Unidos y Europa, y esta droga volverá a competir con la heroína, que le estaba arrebatando cientos de miles de consumidores.

Serían pésimas noticias para los mexicanos que surten casi 90 por ciento de todo el opio y la heroína que consumen los estadounidenses, si las mafias nativas no fueran ya multitraficantes y no hubieran diversificado sus productos, sus vías de contrabando y sus destinos geográficos. Mafiosos mexicanos comercializarán la cocaína libre en el mercado, como ya lo hacen con marihuana, heroína y drogas de diseño en todos los continentes.

La revelación de tan estratosféricas cantidades de cocaína circulantes por el hemisferio aparece en un documento de la DEA (Agencia Antidrogas de Estados Unidos) y fue hecha por Gustavo Mata, ministro de Seguridad Pública de Costa Rica.

Colombia recuperó con creces las superficies cultivadas de hoja de coca, las cuales llegaban a unas 180 mil hectáreas en el año 2000. Se redujo la siembra a 90 mil hectáreas en 2002 y a sólo 40 mil en 2010. Cuando se suspendieron las fumigaciones por aire, repuntaron los cultivos como si fueran hongos y no coca. Así que hace un año había 200 mil hectáreas cultivadas, con el lógico aumento en la producción de cocaína.

El tema se debatió durante las pláticas de paz y, en noviembre de 2016, la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano acordaron sustituir 50 mil hectáreas con otros cultivos en unos 40 municipios. Otras 50 mil serían simplemente destruidas.

Fue un símil de lo que ocurrió en México en el gobierno de Vicente Fox cuando, sin aviso, decidió el 28 de noviembre de 2006, faltando 48 horas para dejar Los Pinos e irse a su rancho en Guanajuato, que ya ni un helicóptero o aeronave de ala fija volviera a fumigar plantíos ilícitos en algún punto de la República Mexicana.

Fox anuló –casi en secreto a no ser por la protesta de mil 500 pilotos, mecánicos y administrativos de Servicios Aéreos de la Procuraduría General de la República– toda labor de erradicación de cultivos ilícitos aplicada durante tres décadas, desde la llamada Operación Cóndor en los años 70 del siglo pasado, con adiestramiento y asesoría de pilotos de Estados Unidos. Fox ordenó transferir 108 aeronaves de ala fija y rotatoria de la PGR a la Sedena, Calderón obedeció en diciembre de 2006 y no se fumigó más.

La paradoja: hay una fingida guerra al narco, mientras proliferan y florecen más sembradíos de amapola y de cannabis que nunca en la historia por todos los rumbos del país.