México y Estados Unidos: la confrontación impuesta

 

Ni sumisión ni confrontación decía el presidente Peña


Ni sumisión ni confrontación decía el presidente Peña en lo relativo a la postura que tendría su gobierno frente a las negociaciones que necesariamente implicaría la relación de México con el nuevo gobierno de los Estados Unidos de América (EU). Se decía fácil.

Tras los acontecimientos de los dos últimos días, llevarlo a la práctica se ha develado como una tarea rayana en lo imposible. La inevitable confrontación terminó por imponerse. México no puede negociar de igual a igual con EU por la muy simple razón de que como naciones no somos iguales, y con independencia a lo que el derecho internacional pueda decir, cinco mil años de historia humana nos enseñan que en negociaciones entre desiguales, más que la justicia, lo que termina imperando son factores de poder de la más variopinta naturaleza: económicos, financieros, comerciales, demográficos, políticos y desde luego militares. En este contexto sobra decir que entre México y EU existe una asimetría escandalosa en prácticamente todos los ámbitos.

Sin embargo y a pesar de los recientes desencuentros, tarde o temprano Washington tendrá que negociar con México, y México con Washington. En ese esfuerzo negociador el Gobierno mexicano tendrá que dejarle claro al estadounidense que si bien resulta indiscutible que, comparado con la Unión Americana, México es un país mucho más débil, también es verdad que a EU no le conviene tener al sur de sus fronteras a una nación donde se agrave, de manera exponencial, la precariedad económica, la falta de dinamismo comercial, la inestabilidad política o la crispación social. Esta tarea persuasiva que se le impone al Gobierno del presidente Peña tendrá un imperativo más, que será identificar con la mayor claridad posible por dónde pasan las líneas que separan a la prudencia de la sumisión y a la firmeza de la temeridad, y ese y no otro será el auténtico reto.