Niños

 

Veamos en nuestros hijos y nietos la historia repetida de nuestra infancia.


Fue en República Dominicana. Viajé en comisión de trabajo con dos compañeros, y arribamos al destino final en barco. En el muelle, un enjambre de chamacos se disputaba cargar el equipaje, y aunque el nuestro era muy reducido, aceptamos de buen grado la ayuda de un niño mulato, muy bello, quien nos cautivó con su simpatía y desenvoltura.

A medio camino, un compañero suyo lo requirió para algún asunto. Asentando nuestras maletas, le respondió con el más puro acento caribe: espérame, nada más dejo a estos hijos de la chingada y te alcanzo.

Inmediatamente las recogió y con toda parsimonia nos dijo: síganme por favor, caballeros. Fue difícil reprimir nuestra risa ante su inverecundia y desparpajo.

Mi nieto León tenía siete años y cursaba el segundo año. Un día regresó abatido de la escuela. Al inquirir la razón de su molestia, me confesó tener dos novias sin saber por cual decidirse. Como fue tan seria su preocupación, le pregunté la razón de su multicompromiso. Se me quedó viendo con cara de “este tipo no entiende nada”, y tomándose el mentón me respondió con toda convicción: “¿no ves este rostro?” Ante argumento tan contundente, opté por no preguntar más.

Mi nieta Gabriela, de siete años, se estaba bañando. Su mamá le recordó lavarse el pelo, lo que suscitó algunas protestas de su parte, respondidas con una didáctica explicación sobre la conveniencia de mantener limpio el cabello, pues de otra manera se le caería y quedaría pelona. Fue la solución. Se lavó y enjuagó tres veces.

Al terminar, preguntó, o más bien afirmó: ¿entonces mi abuelo no se lava la cabeza? Sin quererlo, fui ejemplo viviente de buenos hábitos de higiene.

El domingo es Día del Niño.

Retrocedamos distancias y veamos en nuestros hijos y nietos la historia repetida de nuestra infancia. Felicidades.