Nuestra ineficiencia policial

 

Si realizamos una comparación del antes y el después podremos darnos cuenta que nuestra ineficiencia ha sido endémica


México presenta actualmente un brutal sinnúmero de ineficiencias. Y no es que pretenda hacer un revisionismo histórico, pero si realizamos una comparación del antes y el después podremos darnos cuenta que nuestra ineficiencia ha sido endémica, incluidos algunos personajes del catálogo de la heroicidad. Para decirlo más claro, nunca hemos tenido una clase gobernante que responda a las aspiraciones de los mexicanos.

Cada vez que tenemos diferencias la única salida es guerra, y con excepción de españoles, franceses y norteamericanos, nos hemos matado entre nosotros. La última que declaramos fue el 11 de diciembre de 2006, y fue contra las bandas del crimen organizado porque a Felipe Calderón le urgía que el señor López Obrador entendiera quién detentaba el poder. El problema es que desde esa fecha hemos reunido un numeroso catálogo de muertos que superan ya el número de los que fallecieron en la Revolución Mexicana.

La ineficiencia en el rubro es manifiesta porque seguimos en las mismas. De acuerdo a los registros existentes, en esa cruda lucha que llevamos contra los criminales, los grupos del crimen organizado crecieron un novecientos por ciento durante la administración de Felipe Calderón, y eso que las calles estaban patrulladas por los miembros del Ejército Mexicano. Pero también se disparó en un dos mil por ciento la tasa de civiles muertos.

Durante ese mismo lapso hubo más de tres mil enfrentamientos y combates entre las Fuerzas Armadas y federales contra las células de los diversos grupos delictivos, aunque más de la mitad fueron propiciados por soldados y policías. Pese a la detención o muerte de los principales líderes criminales, no hemos podido detener la escalada de violencia ni del trasiego de drogas hacia Estados Unidos, el mayor mercado de consumo en el mundo con más de 60 millones de personas.

Otro problema es que nunca los hemos exterminado, y quienes logran ponerse a salvo, huir o esconderse, de inmediato forman otras células porque el negocio es uno de los más florecientes.

Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto dos organizaciones criminales han crecido exponencialmente: el cártel de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Joaquín Guzmán ya fue extraditado, pero ahí queda Ismael “El Mayo” Zambada y Nemesio “El Mencho” Oseguera.

Eso quiere decir que nuestra ineficiencia se ha convertido en una lamentable red de complicidades por el dinero que hay de por medio. Los recursos que se mandan a los estados para combatir al crimen organizado terminan en otros programas o en los bolsillos de los gobernantes. Es más, ni siquiera se realizan los controles de confianza porque a los gobernadores poco les importa lo que pasemos los ciudadanos, con lo que se convierten en cómplices. Todos están cortados con la misma tijera. Pobre país. Al tiempo.