Permitir

 

El número de prohibiciones públicas es abrumador


En Alemania, país ordenado si alguno hay, y con un estricto apego a la norma, no se prohíbe, se permite. En una extensa área verde, junto a la Isla de los Museos en los alrededores de la Alexanderplatz, en medio de jardines florales exultantes de colorida belleza, los letreros señalan: “en esta área se puede hacer picnic, aquí se puede jugar y de este lado correr”, las familias extienden sus manteles, niños y adultos organizan partidos de futbol. Se sobreentiende que donde no está este tipo de avisos, tales actividades no se pueden llevar a cabo, pero la autoridad ejerce sus funciones de manera amable, no amenaza, otorga facilidades, y la consecuencia es naturalmente benéfica para todos, la gente recoge su basura al retirarse, nadie intenta cortar una flor y se observan los horarios establecidos. El respeto se autogenera y es de ida y vuelta.

Holanda es el país donde circulan más bicicletas. Ninguna otra nación se le acerca. Estacionarlas es todo un reto, a pesar de existir edificios públicos de hasta 10 pisos para ese efecto. Sin embargo, no hay un solo cartel de “estacionamiento prohibido”, al contrario, los hay donde esto se puede hacer. La consecuencia es no ver una sola fuera de lugar. Los holandeses y los alemanes, entre otros, son tratados como adultos por sus gobiernos, quienes no se asumen como padres severos pendientes de castigar y reprimir. Permiten, no impiden; alientan, no muerden.

En nuestro país sucede lo contrario. El número de prohibiciones públicas es abrumador. No pararse, no sentarse, no estacionarse, no hablar, no respirar, no soñar, no pensar, no crear. Los gobiernos de los tres niveles son prefectos frustrados. Deben ser muy infelices en sus casas y por eso salen a vetar. ¿Y si por una vez cambiaran el talante y permitieran?

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