Perro no come perro…

 

Es el aforismo periodístico más popular


Es el aforismo periodístico más popular. Hay otros cuya autoría se pierde en el misterio de las redacciones, y más que son de reciente creación, como el que “el periodismo no es ciencia exacta… ¿cómo se llama el fulano que entrevistamos?

Y a renglón seguido inventan nombres y le cuelgan prendas útiles para el tema. Se trata de una autoridad inventada, pero suficiente para avalar la información.

La expresión que da título al comentario era palabra de Dios en las redacciones.

A las vacas sagradas las veíamos de “lejecitos” y con desdén conociendo sus vicios personales acompañados de grandes prendas como informadores. Ni siquiera nos notaban. Cuando aceptaban un acercamiento con fines profesionales, levantaban una ceja y, en tono magistral, daban un consejo, una instrucción o algún apunte sobre nuestro trabajo.

Al paso del tiempo y con los medios cibernéticos, la relación cambió.

Recuerdo a mi llegada a Milenio, donde dirigí poco menos de siete años la revista que dio vida al diario, en alguna junta de redacción –y ante la actitud de los reunidos, que no les causaba gracia mi llegada en posición jerárquica–, el director, Carlos Marín, me sugirió que hiciera una presentación explicando quién era yo.

Respondí que me parecía ofensivo, y si ellos no sabían de tan ilustre recién llegado, era su problema. Me respaldó. Y no porque fuera ilustre, que nunca lo fui, conocido relativamente en mi paso por la “reporteada”, sino por elemental sentido de decencia.

Hoy, el amontonamiento de sabios y cultos en redes sociales cambió los preceptos. Estamos comiendo perro, uso la palabra por el dicho, pero respeto mi profesión y a mis colegas… no a todos, porque estamos divididos entre los sobrevaluados, porque viajaron lejos y desde el bar del hotel cubrieron un conflicto.

Son la moral con patas, conocimiento ambulante y juicio sin  apelación.

Se apoyan en la masa de quienes aprendieron a decir “bots”, “chairos” o “post”, pero no a redactar una frase coherente. Critican, califican e insultan y los blancos predilectos, alentados por esos seres surgidos de la imaginación propia y endiosados por sus seguidores, somos los periodistas de a pie.

Atacan sin piedad y, ante una falta cometida antes –y cuya autoría no le pertenece al periodista–, basta para mandarlo al más negro de los infiernos.

Sin darse cuenta de que, al tiempo, como decía el más reciente masacrado, serán sentados en el tribunal de la inquisición que se viene…