Poder negociar con gorilitas

 

Soldados armados hasta los dientes, rompieron la débil cadena de seguridad de mi cuarto


Viernes 22 de diciembre de 1972. Amanecía cuando aparecieron en el hotel un grupo de soldados armados hasta los dientes, rompieron la débil cadena de seguridad de mi cuarto y se repartieron en torno a la cama.

No sé por qué, pero no me causaron alarma. Habían sido demasiado evidentes y muchos visitantes de la hospedería se daban cuenta del operativo que se remontaba a varios meses atrás.

El presidente de Ecuador, de ese país hablo, era José María Velasco Ibarra, apodado “El Loco” por sus gobernados. Quinta ocasión que se trepaba a la silla decretando en esta ocasión una dictadura.

Inconformes los militares –que en Ecuador suelen serlo cada cierto tiempo– registraron el Golpe Castrense número 38 en la historia del país. Destituyeron a Velasco y se trepó el general Guillermo Rodríguez Lara que en insólita declaración informó su propósito de reanudar relaciones con Cuba.

Fidel se lo creyó, así que de inmediato se organizó la reapertura de la agencia Prensa Latina, expulsada años atrás. En gesto de suprema voluntad se envió al subdirector general de PL y a un periodista colombiano.

Habían pasado unas semanas cuando el gobierno militar decidió apresar a los representantes de la prensa cubana. Recluidos en una curiosa cárcel con rejas a la calle, llegué con el propósito de conocer las acusaciones en su contra y contratar un abogado que los defendiera.

Al arribar a Quito me presenté en el Club de Prensa Extranjera sin ocultar el encargo que llevaba. Un amigo de años, Jhonny Zeballos, boliviano, decidió auxiliarme y me presentó al general secretario de Gobierno.

Después de un par de entrevistas conminé al funcionario a formalizar los cargos. Anunció que lo haría al día siguiente en una conferencia de prensa, lo que sucedió en medio de la expectación de los periódicos locales y cierto escepticismo de la prensa extranjera.

La acusación: autores de atentados con bombas en empresas gringas, las fabricantes de aguas negras, Pepsi y Coca, y en otras en poblaciones lejanas.

Los reporteros corrieron a la sala de prensa mediomatándose. Atrás, Jhonny y yo les pedimos que me permitieran hacer una declaración. Con los pasaportes de mis compañeros en la mano, les mostré que los bombazos habían sucedido entre 15 días y un mes antes de que arribaran a Ecuador.

Quedaron libres, los expulsaron del país y a mí con ellos, nos enviaron indocumentados a Chile el día que fueron localizados los caníbales de los Andes. Esa es otra historia.