Por Bush, la guerra sin fin

 

Felipe Calderón Hinojosa firmó con su homólogo gringo, George W. Bush, los documentos formalizando la Iniciativa Mérida


En 2008 el entonces presidente mexicano Felipe Calderón Hinojosa firmó con su homólogo gringo, George W. Bush, los documentos formalizando la Iniciativa Mérida en la que nuestro país se comprometía a proporcionar todos los muertos posibles, mientras Estados Unidos estudiaba legalizar las drogas.

Calderón, entusiasmado por acceder a los niveles de seguridad nacional del país del norte, aceptó integrarse en esa tarea pero además a petición del gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, desató el infierno: sin plan y sin conocer el problema, lanzó al Ejército contra todo lo que supusiera narcotraficante.

En el caos consecuente, todo fue ganancia de sinvergüenzas. Los narquitos especialmente, lo muestran dos fotos incontrovertibles: en una, los hijos de “El Chapo” teóricamente secuestrados y en un par de días en la calle de nuevo; la otra muestra los objetos amados por los hijos de los traficantes de drogas: animales exóticos, autos de colección o súper autos, residencias de ensueño curiosamente en Miami,  la zona predilecta de nuestros pillos de la delincuencia organizada o políticos en fuga.

A los narcos no les tocan su dinero ni sus propiedades; los decomisos siempre son menores y dejan, por ejemplo, a la madre del mencionado traficante en su enorme propiedad de Badiraguato. Muchas otras, conocidas, están en poder de familiares de capos pero se les respeta.

Al lado de los traficantes, son beneficiados policías que, como García Luna, tras su paso por ese espinoso territorio se fue ¡qué casualidad! a vivir a Miami donde abrió restaurantes, gimnasios, agencias de protección y no se sabe cuántos negocios más, al amparo de su riqueza.

Pero del lado de Estados Unidos también tienen su historia, en la más conocida debió ser Barack Hussein Obama quien extendiera protección a su Fiscal, cuando se denunció el tráfico de armas por agentes de Washington en México.

El cuento, todos lo escuchamos, fue “para seguir la pista” de los arsenales vendidos en territorio mexicano y así llegar a los máximos jefes de la droga. A los que conocían, como es evidente si a ellos les vendieron los alijos.

No terminó en la denuncia inicial. Hubo otros dos contrabandos con miles de armas a cargo de policías de la DEA y de la agencia para el control de armas. Todo normal. La guerra se ha intensificado, mientras en el norte se legaliza y autoriza la siembra, cosecha y comercialización de algunas drogas.