René Avilés y su recuerdo

 

La primera vez que lo vi, entraba a mi oficina privada en la Agencia Prensa Latina


La primera vez que lo vi, entraba a mi oficina privada en la Agencia Prensa Latina. Un joven imberbe, de impecable atuendo y con una sonrisa agradable, casi contagiosa Se presentó: René Avilés Fabila. No le di tiempo a más, por mi relación con la izquierda mexicana lo conocía de oídas, sabía de los desastres que había organizado entre los comunistas ortodoxos y de alguna de sus obras en las que hacía, como mencionaba la abuela, “cera y pabilo” con los personajes más emblemáticos del PCM.

Me manifestó el objeto de su visita: entregarme una copia autografiada de su obra El solitario de Palacio, dedicada a Gustavo Díaz Ordaz y al movimiento estudiantil popular del 68.

Hace un año que René se fue. Una semana antes hablamos para comprometer una comida con esposas. Un día después y sin recordar la razón aducida, cancelamos el compromiso y lo dejamos “para más adelante”. Ignoro si René estaba enfermo pero enterarme de su fallecimiento fue un golpe directo al corazón, al cerebro… una sacada de onda, como se decía en tiempos juveniles.

Pasó un año y como personaje eminentemente social, ha sido objeto de toda suerte de homenajes y recordaciones. No he asistido a ninguna de estas reuniones, como tampoco estuve presente en su sepelio. Expliqué, hace un año, las razones de mi ausencia.

Quiero recordar a mis amigos como eran, como fueron, como los conocí y como nos mirábamos habitualmente.

Recuerdo la muerte de alguien que fue como mi hermano, Luis Carrión, “El Infierno por todos tan temido”. También amigo de René, pero de personalidad diferente.

El primero siempre impecable, un señor que podría pasar por ejemplar empleado bancario, mientras el segundo, bohemio y poco dado a los convencionalismos.

Cuando muy pocas ocasiones coincidimos, entablaban un duelo verbal ingenioso, repleto de información y cultura. Dos escritores geniales, dos jóvenes vitales.

Ambos coincidentes en sus juicios sobre los líderes de la entonces existente izquierda Con Luis, en casa, sacábamos la guitarra y la emprendía contra los cantos guerreros de la República y, claro, contra las canciones revolucionarias en boga, en gran mayoría bolivianas. He sentido mucho y muy profundamente el deceso de otros amigos, pero en los casos de René y Luis creo que hay razones poderosas para sentirlos más aún.

Mucho menores que yo, me mostraron un mundo de sueños, de fantasía. Aprendí con ellos el valor de la lectura, el orgullo de gozar de una gramática que va más allá del uso correcto de signos y palabras. Y pasé momentos de gran gozo en sus duelos verbales, pocos por desgracia.

Los dos se fueron sin esperarlo. Uno, ni siquiera pregunté por qué, el otro sé que fue por decisión propia, decisión asumida mucho tiempo atrás por él y por sus amigos más cercanos. Los extraño aunque casi nunca los frecuentaba.

Repito que me cuesta trabajo asistir a los velatorios, no sé qué decir a los deudos y me siento apabullado por mi falta de palabras.

Me duele muchísimo René y siento no haber sabido expresar a Rosario, su esposa, lo mucho que dolerá su ausencia. Y me duele Luis y siento no habérselo hecho sentir a Lydiette, su hija…

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