Reporteros, eterno aprendizaje

 

Tuvimos la esperanza de un mejoramiento en la concepción ética


Cuando empezamos a saber que en las escuelas había la carrera de periodismo, bajo diversas denominaciones pero igual se trataba de aprender algo más allá de los rudimentos del oficio, tuvimos la esperanza de un mejoramiento en la concepción ética y en la capacidad técnica de los futuros informadores.

Poco tiempo fue necesario para darnos cuenta que el verdadero aprendizaje se lograba más en las redacciones que en las aulas. Esto así, hizo que cada egresado adoptara a su maestro ejemplar, su ideal como futuro profesional sin demérito, desde luego, de los muy capacitados mentores de su respectiva escuela.

Lo anterior no se remonta a la conquista, sino del surgimiento de la Escuela Carlos Septién García, a la que siguieron centros de estudios superiores, sin faltar las escuelas patito y los vivales que encontraron en la euforia por esa profesión una fuente importante de ingresos. Mediados del siglo XX. El tropiezo inicial fue el desconocimiento de los alumnos en relación al idioma que hablaban. La actitud negativa al consumo de literatura más allá del Libro Vaquero. La ignorancia sobre reglas básicas, elementales, de la gramática y la resistencia a leer inclusive los periódicos del día.

Por lo demás, la influencia de la televisión y la imagen de los conductores hacía aspirar a los futuros periodistas a la información hablada, más que escrita, con el plus de que bastaban dos párrafos para cumplir. La nota reducida a un esquema. Algo equivalente al párrafo inicial en cualquier medio escrito.

Cuando los jóvenes  llegaron  a una redacción, tropezaron con una realidad: poco de lo aprendido era útil. Esto es, la  teoría atropellada por una realidad sujeta al estilo del medio, incluyendo los intereses de Don Dueño, el hígado del director, el jefe de Redacción y hasta el jefe de Información.

Las bases obtenidas en el aula eran muy importantes, pero más lo era la observación constante, el regaño cotidiano del periodista al que se acercaban los pupilos.

En cada redacción había un viejo regañón y sabio, siempre dispuesto a mostrar su mal carácter pero al lado de los novatos para brindarles orientación.

La carrera se saturó, miles de egresado encontraron que no hay suficientes puestos de trabajo. Surgieron las redes sociales y muchos encontraron un desfogue.

Pero allí no existe el viejo bueno ni compensación económica. País en desorden perpetuo, a nadie se le ocurre limitar o transformar la carrera que llámenla como quieran, sigue siendo periodismo. Yo no veo soluciones….

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GG