Restauración priísta (5): regreso del presidencialismo absolutista

 

El presidencialismo morenista será igual y más fuerte que el priísta


En una encuesta realizada en 1964 por los politólogos Gabriel Almond y Sidney Verba en varios países sobre la cultura cívica, los resultados en México no fueron sorprendentes: dos valores dominaban el conciente y el inconciente colectivo: la Revolución Mexicana como ideal de justicia y el presidente de la república como la figura paternal dominante.

En su libro La sucesión presidencial en 1910, Francisco I. Madero hizo una de las propuestas analíticas más importantes para caracterizar al dictador Porfirio Díaz: el poder absoluto, el poder institucional por encima de reglas y contrapesos que recaía sobre una persona. La Constitución de 1917 consolidó el presidencialismo al centrar en el jefe del ejecutivo federal todo el poder y al establecer la elección directa, universal y secreta del presidente de la república quitándole al congreso cualquier intervención en la designación del titular de la institución presidencial.

El sistema político priísta no sólo fue consolidando el poder unipersonal y absoluto del presidente de la república, sino que construyó una estructura de poder funcional al presidencialismo absolutista. La clave que heredó Plutarco Elías Calles estuvo en la creación de un partido desde el Estado, el gobierno y el sistema manejado directamente por el presidente de la república.

El sistema político priísta, por tanto, se movió –tesis de Daniel Cosío Villegas, Manuel Camacho y Luis Javier Garrido, entre otros–, en el partido –PNR, PRM y PRI– como instrumento de poder del presidente de la república. El colapso del sistema priísta no fue de la estructura de poder, sino de los errores presidenciales al alejar al PRI de la sociedad.

El modelo presidente-partido en el largo ciclo PRI 1929-2018 acaba de ser refrendado por la sociedad al darle a López Obrador el 53% de votos y a Morena a el 52% de mayoría absoluta a Morena, cifras de poder que la sociedad le quito al PRI desde 1988. Y en sus primeras decisiones, el presidente electo López Obrador ha consolidado ese modelo regresando al absolutismo presidencialista.

El presidencialismo morenista será igual y más fuerte que el priísta:

1.- Control del presupuesto y su reparto en la dinámica premio-castigo.

2.- Jefe directo del partido en el poder.

Control de Morena en designación de todos los cargos de elección popular: gobernadores, alcaldes, diputados federales y locales, senadores; los legisladores de la república, como se vio en el Grito de la Sumisión –“es un honor…”– el día de su instalación, dependen del presidente y no de los electores.

3.- Control de otros poderes y organismos autónomos a través de propuestas del ejecutivo votadas en el congreso de mayoría morenista: Instituto Electoral, Suprema Corte, entre otros.

4.- Control de la totalidad de las fuerzas de seguridad para dotar al Estado, cuyo jefe es el ejecutivo, del monopolio de la fuerza y la represión.

5.- Control de la política económica vía Hacienda y la mayoría legislativa.

6.- Funcionarios del Banco de México designados por el ejecutivo.

7.- Control –en curso– de los medios de comunicación a través del gasto publicitario del Estado como la fuente única de ingresos de la prensa.

8.- La fusión en el presidente de la república de la jefatura del gobierno y del Estado.

9.- La encarnación presidencial de la política exterior.

10.- Y la cereza del pastel: como en el PRI, el poder de López Obrador para designar por dedazo a su sucesor en el 2024.

La sociedad votó por el modeloPRI ahora con López Obrador-Morena.

Política para dummies: La política es el ejercicio del poder sin contrapesos.